
Reflexión por Lolbé Castañeda
Externamente, la piel humana cumple dos funciones primarias. La primera, proteger el organismo y defenderlo de agentes extraños al crear una barrera física capaz (parcialmente) de regenerarse y adaptarse a su ambiente. La segunda, gestionar la interacción del organismo con el exterior a través de sus múltiples receptores sensoriales.
En su texto “ The experience of the skin in early object relations”, la psicoanalista Esther Bick propone a la piel como un límite que sujeta las partes de la personalidad, que contiene o “abraza” al self o yo. Ésta función es dependiente de la introyección, que es un proceso inconsciente, a veces usado como mecanismo de defensa, que consiste en incorporar aspectos del mundo externo (especialmente de objetos de amor) al propio yo. Es decir, se internalizan cualidades, actitudes, valores o incluso aspectos negativos de otras personas, integrándolos como propios.
De ésta manera, podemos entender a la piel como una membrana semipermeable (a veces pasa y a veces no), la cuál permite el flujo de experiencias dentro y fuera del yo (realidad externa y realidad interna). Éste proceso da lugar a la separación de los espacios internos y externos, y depende de la contención del self. En otras palabras, la piel define lo que está pasando dentro de mi y lo que está pasando afuera de mi. Bick lo llama la formación de la “primera piel”.
Bick explica que inicialmente, el individuo se encuentra en un estado “desintegrado” (formado de muchos fragmentos o partes) ;es decir, sin un “yo”. La continuación de éste estado genera ansiedades catastróficas (los miedos a los finales, las sensaciones de “caer a través del espacio”, “desintegrarse”, “desaparecer”, “licuarse” o “derretirse”).
En ausencia de la “primera piel”, creada (o no) en la labor materna de los primeros meses de la relación entre madre y bebé, el individuo crea una “segunda piel” manifestada como una pseudo-independencia para protegerse y contenerse.
En individuos saludables, la necesidad de un objeto de contención es cumplida por la piel (estar en contacto con la piel materna) que tenga la atención y se experimente como si sostuviera juntas las partes de la personalidad. El individuo busca un estímulo sensorial, diferente al del ambiente, en el que se pueda concentrar y adherirse para que su interior no se “derrame”.
Bick observa que las alteraciones en la formación de la “primera piel” suelen deberse, en la mayoría de los casos, a alteraciones durante periodo de lactancia, en el que el contacto entre el pezón y la boca actúa como objeto de contención, o cuando el bebé padece una enfermedad de la piel que le provoca malestar. Dichas alteraciones causan que el individuo busque otros objetos de contención y adopte una actitud de “observador” en vez de “participante” en la vida.
Al ser el órgano más grande del cuerpo humano y el que se encuentra en mayor contacto con los elementos, la piel requiere de un alto mantenimiento. No sólo para mantener su integridad y su funcionamiento, como al aplicar bloqueador solar o darse una ducha, si no también para mantener su apariencia. La cubrimos de maquillaje, la perforamos para lucir joyería, la tatuamos y bronceamos, la impregnamos de cremas y perfumes y la depilamos para hacerla más atractiva o para expresar individualidad y estilo.
La mayoría de las intervenciones en la modificación corporal se enfocan en la piel: el tatuaje, las perforaciones, los implantes subdermales (introducción de implantes de silicón bajo la piel para texturizarla), y la escarificación (realización de cortes en la piel para crear diseños con las cicatrices resultantes). La modificación corporal ha sido parte de la experiencia humana desde hace milenios y se manifiesta en diferentes culturas a lo largo del mundo. Sin embargo, en la actualidad (principalmente en sociedades occidentales, donde el estigma asociado ha disminuido) la modificación corporal se ha alejado de sus orígenes rituales y simbólicos para tomar un papel principalmente estético. No obstante, el tatuaje – y en concreto, el acto de tatuarse – puede interpretarse desde el psicoanálisis como un objeto de contención del Yo.
Para la psicoanalista Uta Karacaoğlan, en su artículo “Tattoos from a Psychoanalitical Perspective”, el tatuaje en sí, así como el proceso de tatuarse, conlleva no solo un significado percibido conscientemente (la imagen ilustrada en el tatuaje), sino también numerosas funciones inconscientes y aspectos de significado. Karacaoğlan asume basada en Bick, que la manipulación de la propia piel a través del tatuaje representa un intento de experimentar un objeto de contención que una vez cicatrizado, se integra táctil y sensorialmente en el cuerpo.
Al inyectar tinta en la piel, que se asocia con dolor, el tatuaje provoca artificialmente una “dermatitis”, que debe curarse en un período de varios días o semanas antes de que se cree la imagen final. Durante este período, la piel lesionada debe ser cuidada y tratada especialmente. Karacaoğlan plantea que el proceso de tatuarse puede entenderse, por un lado como un acto que intenta representar una deficiencia temprana en la creación de la “primera piel” y compensarla mediante la propia actividad, y por otro lado como un intento de reparar la imagen corporal. Para que una persona pueda tatuarse, es necesario que posea la idea inconsciente de tener un cuerpo propio, que representa una unidad, delimita el exterior y al que se le puede dar un significado, teniendo así una pantalla sobre la que pueda proyectar una imagen inconsciente y presentarla al exterior.
Dado que el tatuaje sigue siendo una parte del propio cuerpo del sujeto, el acto de tatuarse es un intento sólo parcialmente exitoso de crear un objeto transicional (objeto material que un niño elige en los primeros años de vida para obtener consuelo y seguridad emocional. El objeto transicional es parte de la madre y es parte del niño, lo que le permite separarse y tener a la madre consigo. Es un elemento que ocupa el lugar del vínculo madre-hijo y le ayuda a manejar sus emociones y ansiedades.). El momento en que surge la necesidad de un tatuaje es cuando el espacio transicional -el espacio que une al sujeto con la madre- amenaza con colapsar. Según Karacaoğlan, en el intento de disimular el sentimiento de falta o fragilidad de la identidad, el tatuaje se disfraza de expresión de individualidad, aunque en realidad la imagen elegida se orienta inconscientemente hacia figuras de cuidado o de transferencia y su significado para la persona que se está tatuando.
En resumen, la necesidad de un tatuaje surge cuando la distancia interior con el objeto de contención se vuelve demasiado pequeña o demasiado grande. El tatuaje por lo tanto, tiene como objetivo fijar una distancia “segura” y así proporcionar un punto de apoyo seguro, un lugar que contenga al Yo como lo hace un vaso con el agua.
Bibliografía:
Bick, E. (1968) Experience of the skin in early object relations. In International Journal of Psychoanalysis, Vol 49. pp. 484-486
Bick, E. (1986). Further Considerations on the Function of the Skin in Early Object Relations. British Journal of Psychotherapy, 2(4), 292–299. doi:10.1111/j.1752-0118.1986.tb01344.x Uta Karacaoğlan (2012) Tattoos from a Psychoanalitical Perspective. Psychoanalysis Today. https://www.psychoanalysis.today/en-GB/PT-Articles/Karacaoglan146904/Tattoos-psychoanalytisch-betrachtet.aspx