Hay quienes han cumplido cuarenta y siguen anclados en el puerto materno. No físicamente, tal vez, pero sí psíquicamente. La madre sigue siendo consejera, juez, refugio y, en ocasiones, carcelera. Aunque el barco de su vida ya navega solo, la brújula emocional aún apunta a la costa conocida. ¿Cómo saber si ha llegado el momento de dejar de girar en la órbita de la madre?
En psicoanálisis, especialmente desde la obra de Melanie Klein, se entiende que la figura materna es la primera gran presencia interna. No se trata solo de la mujer concreta que crió, sino del lugar simbólico que ocupa: fuente de cuidado, pero también de conflicto, ambivalencia, idealización y temor a la pérdida.
La madre internalizada: una figura que no envejece
Una de las ideas fundamentales en la obra kleiniana es que el sujeto, en su desarrollo temprano, divide a la madre en dos: la “madre buena” que satisface y la “madre mala” que frustra. Esta escisión persiste si no se logra integrar ambas figuras. Así, incluso en la adultez, muchos continúan buscando a la madre ideal —aquella que no falla— o temiendo a la madre persecutoria —aquella que castiga la separación—.
Por eso, alejarse de la madre no es un acto de ingratitud, sino de individuación. No se trata de romper la relación, sino de redefinirla desde una subjetividad adulta, donde el deseo propio ya no dependa de su validación o su sombra. En términos simbólicos, es pasar de ser tripulante de su barco a tomar el timón propio, con todas las tormentas y riesgos que eso implica.
Separarse sin naufragar
Muchas veces, la madre ocupa un lugar tan central en la vida emocional que la idea de autonomía genera culpa o angustia. Es común escuchar frases como “no quiero que se sienta sola”, “ella lo dio todo por mí” o “no sabría qué hacer sin su opinión”. Pero detrás de esas justificaciones suele haber miedo a la soledad, al vacío, a la responsabilidad de vivir sin excusas heredadas.
El proceso de separación es más sutil de lo que parece. No implica cortar vínculos afectivos, sino reconocer las fronteras del yo. Establecer decisiones propias, errores propios, ritmos propios. Es natural que emerja la culpa: la culpa es el oleaje que golpea cuando uno intenta salir del puerto seguro. Pero también es señal de que se ha comenzado a navegar.
El duelo necesario de la madre ideal
Parte del trabajo terapéutico implica elaborar el duelo por la madre idealizada: aceptar que no lo pudo todo, que falló, que a veces dolió, y que también necesita ser mirada como una persona, no como un mito. Esta desidealización no destruye el amor, lo hace más real, más habitable.
Como señala Nancy Chodorow (1999), la separación emocional de la madre es más compleja en las mujeres, debido a la identificación estructural más íntima que plantea la maternidad femenina. Sin embargo, también en los hombres, la figura materna puede ocupar un lugar sofocante si no ha sido desplazada simbólicamente para permitir el vínculo con otras figuras adultas.
Cada proceso de individuación es distinto. Algunos necesitan irse lejos, otros solo girar el rostro. Lo que importa es que el deseo empiece a hablar en voz propia, sin eco constante de lo que mamá habría querido. En Clínica Broa trabajamos estas transiciones psíquicas con respeto, sin patologizar la dependencia ni romantizar la independencia. Separarse, en este caso, es empezar a encontrarse.
Fuentes de información:
- Klein, Melanie. Envidia y gratitud y otros escritos (1946–1963). Buenos Aires: Paidós, 1991.
- Chodorow, Nancy. The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology of Gender. Berkeley: University of California Press, 1999.