La Felicidad del Yo
“El secreto de la felicidad no esta en hacer
siempre lo que se quiere sino
en querer siempre lo que se hace.”
León Tolstoi
La felicidad es solamente la ausencia del dolor
Arthur Schopenhauer
El yo es una entidad psíquica que tiene que lidiar con tres partes: tiene que ser protector del ideal del yo o superyó, lo que uno “debe de ser” o hacer; satisfacer los impulsos o pulsiones del ello, de la parte animal que no deja de desear; y por si fuera poco, contrastarlo con la realidad. Si reflexionamos detalladamente este problema, incluyendo que en las tres instancias (yo, ello y superyó) existen proposiciones contrapuestas, y tomamos como definición de felicidad la satisfacción de deseos, entonces podemos decir que el yo, el individuo consciente, nunca podrá ser feliz.
Cualquiera que se haya puesto a reflexionar seriamente sobre la felicidad, podrá darse cuenta de que ésta tiene mucho que ver con la satisfacción de deseos. El cumplimiento de sueños, anhelos o ilusiones en los que la vida se nos va. Vivimos a los pies de nuestros deseos, gastando cada segundo del reloj de arena tratando de llegar a nuestras metas. Llegar a tener cualquier cosa: un coche, una casa, un buen empleo, una moto, una familia, alguien que simplemente te acompañe, un perro, una mujer o un hombre que nos comprenda. También se puede ver esta meta como llegar a ser, lo cual es diferente de tener, pero si uno se descuida, pueden mezclarse. Llegar a ser licenciado, ingeniero o psicoanalista, o tener un título. Ser un buen hijo, un buen marido, un buen padre, el empleado del año o ser el que más gana dinero de la familia o el que más cosas tiene. Llegar a ser un gran escritor, ser famoso o alguien que de verdad haya dedicado su vida al engrandecimiento del alma, a hacer de este mundo uno mejor. Todos esos se podrían calificar de deseos, algunos impuestos por los padres o familia desde antes de que naciéramos, otros prensados por uno mismo al conocer a alguien así o como una formación reactiva surgida a partir de la imposibilidad de deseos inconciliables en la niñez, adolescencia o ya de adultos.
Voy a acercarme a la reflexión sobre la felicidad desde el esquema topológico freudiano, el cual consta de tres instancias. La primera con respecto al tiempo, es el Ello. El Ello pugna de tiempo completo por la satisfacción de los deseos, de las pulsiones, en especial de aquellos que no hemos tomado en cuenta, aquellos que olvidamos o quisimos olvidar por ser algo “malo” o inconciliable para nosotros. El ello es la energía inicial que le permite sobrevivir al ser humano, esa que nos hizo llorar a los dos o tres meses de nacidos cuando teníamos hambre, o cuando necesitábamos un poco de amor de nuestra madre. En el momento en que estos deseos se hacen conscientes y algunos no son permitidos cuando los contraponemos con la realidad, llamado por Freud principio de realidad, estos se “guardan”, se olvidan, o se reprimen según Freud. Es cuando somos conscientes de nuestros deseos y podemos decidir si se satisfacen o no, cuando surgen las otras dos instancias. Surge el superyó que nos dice qué es lo que debemos de ser, lo que deberíamos de ser, el cual es producto de la necesaria cancelación o prohibición de los deseos introducidos por el ello y por lo tanto la energía usada por él es la misma. Necesariamente se gesta la creación del yo, instancia que lidia con los deseos que pugnan de nuestra parte animal, nuestras pulsiones; y las imposiciones del superyó. Él es el que somos conscientemente, ese que piensa y que a veces no puede dejar de pensar, ese que tiene que decidir si le hace caso al que debería de ser, o al que desea ser. El que decide entre el “tengo que“ y el quiero que la mayoría de las veces no son lo mismo, otras van por el mismo camino, alguna vez se acercan y muchas se contraponen.
Se ve complicado hasta aquí, pero se complica aún más. Al surgir esta contraposición o esta comparación entre lo que deseo y lo que debo o tengo, la decisión no sólo tiene que cumplir con estas dos instancias, sino que se tiene que contraponer con el principio de realidad, la decisión tiene que ser posible dentro de las posibilidades de la vida, de lo que nos rodea e ir acorde a las posibilidades humanas y a nuestras capacidades. Uno no puede solucionar el extrañar a un ser querido que vive al otro lado del mundo con teletransportación; ni puede matar a su padre por desear intensamente a su madre, lo meterían a la cárcel de por vida. Por más que lo desee no puede ser un futbolista profesional a los 50 años. Ni volver a la secundaria porque ahí no había problemas intensos que resolver. Tampoco puede dejar de ser consciente de lo que se es consciente, ahora que lo sabes, ya lo sabes y estará contigo siempre. De ninguna manera podemos cambiar a nuestros padres por más nefasto trabajo que hayan hecho o por buenos que hayan sido.
Es decir, lo que deseamos y las decisiones que tomamos son extremadamente complejas si se les analiza con cuidado. Tienen que cumplir con una buena cantidad de características dentro y fuera de nosotros.
Por otra parte, si analizamos de manera minuciosa cada una de estas instancias, nos daremos cuenta de que en cada una de ellas no tienen coherencia. No tienen el mismo sentido varias de las exigencias que de ellas surgen. Empecemos por la primera, el Ello. Dentro de los deseos o pulsiones primarias, de lo que necesitamos incluso, se gestan deseos que no sólo se contraponen con lo que deberíamos sino también con los mismos deseos, como en el caso de un deseo sexual hacia algunos de nuestros parientes, por ejemplo la madre. Sería inconciliable desear acostarse con la madre, tener relaciones sexuales con ella y pensarlo a una edad adulta. Y por esa razón sería sin duda condenado a la represión. Pero dentro de las pulsiones primarias no sólo existen las sexuales, según Freud, la pulsión agresiva, la pulsión de muerte es primaria también y sólo está esperando ser provocada para manifestarse. La renuncia a cualquiera de los dos deseos implica un grado de insatisfacción. Si consideramos que la madre (ni nadie) puede satisfacer todos los deseos que se tienen sobre ella, la madre no puede cumplir todas las expectativas que se tiene de ella, entonces podremos decir que seguramente se engendrará en el hijo una cuota de agresividad importante. Entonces existen dos partes en el deseo que se dirige a la madre. La del deseo de poseerla, y la del deseo de agredirla, de vengarse por así decirlo de no satisfacer todas sus necesidades en el momento que el individuo así lo deseó. Esto nos lleva a que la relación con la madre es imposible si no se reprime, no una, sino las dos vertientes del deseo hacia ella. Sí, la relación con la madre suele ser complicada.
Podemos poner otro ejemplo. El del deseo o necesidad de tener alguien con quien compartir la vida, una pareja. Aunque esto esta altamente relacionado con el punto anterior, sólo tomaré el camino de la contraposición de deseos. Según Freud y mucho otros autores, el ser humano es auténticamente bisexual. Esto quiere decir que no sólo tiene componentes de atracción biológica o animal por los dos géneros, hombres y mujeres, sino que también psicológicamente es bisexual. Nadie puede identificarse al cien por ciento con lo que un hombre es, si es que tal cosa existe, todos tenemos características psicológicas femeninas y masculinas. Por lo tanto, uno nunca sabe con certeza si se es hombre o se es mujer, o cuándo se es hombre y cuando mujer. Entonces, tomando el hecho de que contamos con partes tanto de hombre como de mujer, esto nos podría llevar por el camino de que deseamos relacionarnos al mismo tiempo con un hombre y con una mujer. Deseamos en nuestra pareja un hombre y una mujer, lo cual suena prácticamente imposible, nadie puede ser hombre y mujer al mismo tiempo. Por lo tanto, encontrar una persona que cumpla con todas las características que deseamos resulta imposible. Sí, es complicado encontrar una pareja que satisfaga completamente nuestros deseos o expectativas.
No sólo encontramos luchas entre una misma instancia; es decir, no sólo hay contradicción entre los deseos, sino que éstos pueden también contraponerse con el ideal del yo, aquello que “deberíamos de ser.” Por ejemplo, sigamos con el ejemplo de la madre. Ya dijimos que hacia la madre conviven los deseos opuestos de deseo y agresividad, pero no los hemos puesto en tela de juicio. ¿Será que es socialmente permitido tener relaciones con la madre? O ¿Es bien visto querer asesinar a la madre por hacer caso al hermano y no a uno? Parece que el superyó también tiene problemas con esto. Es muy probable que para la mayoría de los individuos sean estos deseos muy “malos”, completamente inconciliables para pensar y, por lo tanto, destinados irremediablemente a la cárcel de la mente, a la represión. Con respecto al deseo incestuoso con la madre, podemos alegar que es inconcebible porque existe un padre que la posee, existe el padre el cual no dejará su exclusivo lugar a lado de la mujer que ama y desea. Y por lo tanto se hace imposible ejecutar esa posición, pero ¿qué pasa si el padre no existe? ¿qué pasa si la madre prefiere al hijo en el lugar del padre? Aunque estas preguntas quedan fuera del alcance del ensayo, parece una cuestión interesante desde el punto de vista psicodinámico. Con respecto a la pulsión agresiva, no cabe más que decir en la sociedad mexicana contemporánea más que el viejo dicho “madre sólo hay una”, o el clásico reproche “¿Quién te parió con dolor y te limpió los pañales?” o “Quién te va a querer más que tu madre?”; es decir la pulsión agresiva hacia la madre es tajantemente cortada, insospechadamente castigada, completamente inconciliable para cualquiera, en particular para el mexicano. Sí, la relación con la madre y los sentimientos profundos hacia ella suelen ser difíciles.
Parece que el caso de la madre pudiera suceder con todos los seres queridos; es decir, nadie puede satisfacer la totalidad de los deseos para con sus seres queridos.
Como si esto no fuera suficiente para la incalculable tarea del yo, todavía tiene que contrastar con la realidad. Tiene que sopesar si estos deseos encontrados hacia la madre o hacia cualquiera pueden ser hachos realidad. Existen dos casos. El primero sería que el deseo de acostarse con la madre se tratara de llevar a la práctica. Si así es, podría terminar en dos casos, el de tener relaciones con la madre y hacerla amante del individuo y el de que la madre lo rechazara, y perder la relación con la madre, o perderla para siempre. Seguramente en los dos casos el individuo iría a parar en el manicomio. En el caso de que ganara la pulsión agresiva, hacer realidad el deseo de muerte o de venganza contra la madre, es muy probable que el individuo fuera a parar o a la cárcel o al mismo lugar, al hospital para enfermos mentales. Pero ¿qué pasa con el caso en el que la madre acepta al hijo como amante? ¿Se tendría que volver loco? ¿Por qué estaría mal? ¿Este caso sólo chocaría con el “deber ser”, con la sociedad? No lo sé. Pero parece que existen dos pulsiones inherentes al hombre de alto grado de peligrosidad.
En el ejemplo de la madre tenemos entonces un buen ejemplo de aquellos deseos que se contraponen en los tres sentidos. Primero se contraponen entre los mismos deseos, dentro del Ello. Segundo, contra “lo que uno debería de ser”, contra el superyó. Y tercero contra la realidad, el principio de realidad. Sin duda existen ejemplos para los casos en que sólo se contrapongan entre deseos; el de desear en la pareja al mismo tiempo a un hombre y una mujer; y sólo con la realidad, como el de desear estar con el ser amado en este momento el cual vive de otro lado del mundo.
Ahora bien, si tomamos entonces la premisa de que la felicidad por la que tanto luchamos todos los días es la satisfacción de toda esta gama de deseos, entonces podemos decir que la felicidad del yo no existe. El yo no puede satisfacer al mismo tiempo y por completo al superyó, al ello y al principio de realidad. Es más, a veces ni siquiera puede satisfacer a uno.
Parecería que en estos términos la felicidad del yo en el presente se vuelve muy complicada, más que complicada imposible. Sin embargo, se me ocurre una forma de felicidad: el recuerdo. El recordar los momentos en que a pesar de todo brotó el sentimiento de bienestar, acordarse de ese momento que simplemente generaba sintonía, esos diez minutos o diez días en que todo parecía concordar con lo que deseamos y esperamos de la vida. Puede ser que estuviéramos ocultando cosas y reprimiendo la mayoría, pero la sensación de bienaventuranza corría por nuestras venas, en ese momento, así era, el yo consciente era feliz. ¿Entonces la solución a la pregunta de si el yo puede ser feliz tiene que ver con la cantidad y calidad de lo reprimido? ¿Con esta conclusión parecería que la felicidad radica en reprimir? Eso va en contra de los postulados principales de Freud. Existen muchas preguntas sin resolver todavía.