A veces, la mente se convierte en un escenario donde alguien más parece haber tomado nuestro lugar. Aceptamos elogios con sospecha, sentimos que el éxito ha sido un error y vivimos con la inquietante sensación de que, en cualquier momento, alguien descubrirá que no somos tan buenos como creen. El síndrome del impostor, más que una simple inseguridad, es una trampa psíquica que nos mantiene atrapados en la duda y la autoexigencia extrema.
Pero ¿qué hay en el fondo de esta sensación de fraude? Desde el psicoanálisis, el síndrome del impostor no es solo el miedo a no ser suficiente, sino el eco de conflictos más profundos: la internalización de figuras críticas, la imposibilidad de integrar el éxito en la identidad y una relación ambivalente con el deseo.
Un yo fragmentado
En la infancia, el amor y la aprobación son esenciales para el desarrollo del yo, pero cuando estas validaciones son inestables o dependen del rendimiento, el sujeto puede desarrollar una autoimagen fragmentada.
El síndrome del impostor nace de esta escisión psíquica:
- El “yo impostor” cree que todos los logros son una fachada, un golpe de suerte o una exageración de los demás.
- El “yo ideal” representa la imagen inalcanzable de perfección a la que se aspira, pero que nunca se siente suficiente.
Entre estos dos polos, el sujeto queda atrapado en un estado de ansiedad y duda constante, como si su identidad oscilara entre el miedo al fracaso y el rechazo a la posibilidad del éxito genuino.
El superyó castigador
Freud describió el superyó como la instancia psíquica encargada de la moral y la autocensura, una voz que regula nuestras acciones a través de la culpa y la autoevaluación constante. Para quienes experimentan el síndrome del impostor, el superyó opera como un crítico despiadado, anulando cualquier reconocimiento externo con frases como:
- “Solo tuviste suerte.”
- “No mereces este puesto.”
- “Si lo lograste, es porque engañaste a los demás.”
Esta voz interna suele tener sus raíces en figuras de autoridad tempranas: padres, maestros o referentes que, con o sin intención, transmitieron la idea de que el valor personal estaba ligado exclusivamente al desempeño. El reconocimiento externo deja de ser suficiente, porque el juicio más severo proviene de adentro.
El miedo a ocupar un lugar propio
Jacques Lacan señaló que el deseo siempre está mediado por el deseo del otro. En este sentido, el síndrome del impostor puede entenderse como un conflicto con la propia legitimidad para desear y ocupar un lugar de reconocimiento.
Si desde la infancia se ha aprendido que el éxito genera envidia, rechazo o presión, el sujeto puede inhibirse de su propio deseo, sintiendo que cualquier logro lo expone al juicio ajeno. La culpa aparece como una forma de autopunición: “Si no disfruto de mi éxito, al menos no seré arrogante ni despertaré el rechazo de los demás”.
Hacia una identidad integrada
El síndrome del impostor no se soluciona con afirmaciones positivas o con más logros acumulados; la clave está en la integración psíquica. Para lograrlo, es necesario:
- Reconocer la fragmentación interna. Entender que el “yo impostor” y el “yo ideal” son construcciones, no verdades absolutas.
- Diferenciar la voz del superyó del propio deseo. Preguntarse: ¿este miedo es realmente mío o es la repetición de un juicio externo?
- Aceptar la ambivalencia del éxito. Poder ser admirado sin sentirse un fraude, pero también permitirse cometer errores sin que ello signifique perder todo el valor personal.
El proceso psicoanalítico permite trabajar con estas estructuras inconscientes, desarmando el mecanismo de autopunición y reconociendo que el éxito no es una impostura, sino una parte legítima de la propia historia.
Aceptar el propio reflejo
El síndrome del impostor es una trampa psíquica donde el sujeto se vuelve un extranjero en su propio éxito. La sensación de fraude no proviene de la realidad, sino de un conflicto con la identidad y el deseo. Sin embargo, así como un espejo distorsionado devuelve una imagen borrosa, trabajar sobre el inconsciente nos permite vernos con mayor claridad y, finalmente, reconocernos como quienes realmente somos.
En Clínica Broa, acompañamos a quienes sienten que su éxito no les pertenece, ayudándolos a navegar las aguas profundas del inconsciente hasta encontrar su propia legitimidad. Porque, al final, no hay impostor más grande que el que nos impide habitar plenamente nuestra propia vida.
Fuentes de información
- Clance, Pauline Rose, and Suzanne Imes. “The Impostor Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention.” Psychotherapy: Theory, Research & Practice 15, no. 3 (1978): 241-247. https://doi.org/10.1037/h0086006.
- Klein, Melanie. Envidia y gratitud. Londres: Hogarth Press, 1957.
- Langford, Joe, and Clance, Pauline. “The Impostor Phenomenon: Recent Research Findings Regarding Dynamics, Personality and Family Patterns and Their Implications for Treatment.” Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training 30, no. 3 (1993): 495-501. https://doi.org/10.1037/0033-3204.30.3.495.
- Lacan, Jacques. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós, 1953.