Aguas divididas: celos triádicos entre madre, pareja e hijo

Los celos que surgen entre la madre, su pareja y su hijo no siempre se expresan, pero tienen raíces profundas.

Hay océanos que parecen tranquilos hasta que una corriente subterránea los agita. Así sucede con ciertos celos que no se pronuncian, pero que se viven con intensidad abrasadora: los que se producen cuando un hijo (niño o adulto) siente que el amor de su madre se desvía hacia una pareja, o cuando la pareja percibe que la madre representa un vínculo imposible de igualar. No es un triángulo simple. Es una danza simbólica donde los afectos se tensan, las lealtades se confunden y el deseo circula sin encontrar puerto seguro.

No se trata solo de envidia, ni de rivalidad evidente. Se trata de estructuras inconscientes que se activan cuando se percibe que el amor se reparte entre figuras que compiten por un lugar en la vida emocional. Como observó Melanie Klein (1946) en su trabajo sobre la envidia y la gratitud, el niño experimenta tempranamente la fantasía de un tercero que lo excluye de la relación con la madre, estableciendo así la raíz del conflicto edípico.

El triángulo primordial: la madre, el niño y el tercero

Desde la teoría kleiniana, el psiquismo humano se estructura alrededor de una escena fantaseada: el niño imagina que la madre está implicada con un tercero, que lo excluye de su mundo emocional. Esta configuración, conocida como la escena primaria (Klein, 1928), no requiere ser vista ni comprendida racionalmente para tener efectos duraderos. Lo que se activa es la sensación de pérdida, la vivencia de un amor compartido como traición.

Esta escena interna puede reaparecer en la adultez cuando un hijo, incluso ya grande, percibe que su madre “ya no está disponible” emocionalmente por la presencia de una pareja. La exclusión simbólica reaviva la angustia original: no solo la de perder a la madre, sino la de no poder competir con el tercero, ese otro que la completa de una manera que el hijo no alcanza.

Cuando el hijo es rival de la pareja

La situación se complica cuando ese hijo, que alguna vez ocupó el centro afectivo de la madre, siente que la pareja le arrebata su lugar. Esta vivencia se enmarca en lo que Bachar et al. (2002) denominan “triángulos emocionales no resueltos”, donde la simbiosis madre-hijo no se transforma adecuadamente, dificultando la separación psíquica necesaria para la vida adulta.

En estos casos, el hijo puede experimentar celos difusos, irritabilidad o desvalorización de la pareja materna, todo sin necesariamente darse cuenta de su motivación inconsciente. Los celos no son solo afectivos: son estructurales. El amor materno —fuente original de nutrición psíquica— se ve amenazado por una redistribución afectiva que desestabiliza la imagen del yo.

Cuando la pareja compite con el fantasma del hijo

Pero el triángulo tiene otro vértice. La pareja también puede experimentar celos hacia el vínculo madre-hijo, especialmente cuando este último se muestra excesivamente dependiente o simbióticamente fusionado con la madre. En su trabajo sobre vínculos familiares triangulados, Minuchin (1974) observó que estas configuraciones generan alianzas inconscientes que excluyen al tercero, es decir, a la pareja.

Lo que la pareja puede sentir no es celos infantiles, sino una imposibilidad de establecer una intimidad auténtica con la madre, porque su deseo siempre se ve interrumpido por la demanda constante del hijo. Se crea una situación en la que el vínculo amoroso se transforma en un campo de competencia emocional. No se trata de rivalidad sexual, sino de exclusión simbólica.

Lo que no se nombra, se repite

El mayor problema no son los celos, sino la imposibilidad de simbolizarlos. Cuando estas dinámicas no se piensan, se actúan: en forma de síntomas, conflictos constantes, malestares vagos o rupturas inexplicables. Como señala Green (1993), los vínculos que no se elaboran tienden a repetirse como destinos psíquicos, no como decisiones conscientes.

El psicoanálisis propone un espacio donde las lealtades inconscientes puedan pensarse, donde el deseo pueda redistribuirse sin caer en culpa o exclusión. Porque amar a más de una persona no debería implicar rivalidad perpetua, pero para que eso ocurra, es necesario darle palabra a la escena interna que se juega en silencio.

Cada quien en su barco

En Clínica Broa, ayudamos a trazar mapas simbólicos para quienes sienten que su vida emocional se enreda en triángulos afectivos donde nadie parece tener el lugar que le corresponde. La clave no es romper vínculos, sino entender qué lugar se ocupa y por qué. Porque a veces, amar no es cuestión de intensidad, sino de poder habitar el propio barco sin sentir que se hunde cada vez que el otro ama a alguien más.

Fuentes de información

  • Klein, Melanie. 1928. “Early Stages of the Oedipus Conflict.” In The Writings of Melanie Klein, Vol. 1, 219–233. London: Hogarth Press.
  • Klein, Melanie. 1946. “Notes on Some Schizoid Mechanisms.” International Journal of Psycho-Analysis 27: 99–110.
  • Bachar, Eytan, et al. 2002. “Triangulated Family Relationships and the Etiology of Bulimia.” Eating Disorders: The Journal of Treatment & Prevention 10(1): 43–51.
    https://doi.org/10.1080/106402602753573523
  • Minuchin, Salvador. 1974. Families and Family Therapy. Cambridge, MA: Harvard University Press.
  • Green, André. 1993. The Dead Mother: The Work of André Green. London: Routledge.

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