“Incel” es el acrónimo de “involuntary celibate” (célibe involuntario). Se trata de una subcultura digital, predominantemente masculina y heterosexual, que se autodefine por su imposibilidad de mantener relaciones sexuales o afectivas, y que culpa a las mujeres, a los hombres “alfa” y a la sociedad entera por ello. Aunque su origen fue un foro de apoyo (creado por una mujer canadiense en los años 90), en la última década se ha transformado en un espacio de misoginia estructural, resentimiento violento y discursos extremistas.
Los foros incel más conocidos, como Incels.is, Reddit (antes de su prohibición en 2017), y ciertos canales en Telegram, funcionan como comunidades de refuerzo del odio: legitiman la victimización, la desesperanza y las fantasías de venganza. Varios ataques masivos en Estados Unidos y Canadá han sido perpetrados por individuos que se identificaban como incels, como los casos de Elliot Rodger (2014) y Alek Minassian (2018).
¿Qué perfil psicológico los caracteriza?
Estudios clínicos y sociológicos sugieren que muchos miembros de comunidades incel presentan rasgos de:
- baja autoestima crónica
- aislamiento social significativo
- adicción a Internet
- trastornos depresivos o ansiosos no tratados
- dificultades con la regulación emocional
- una estructura psíquica marcada por el narcisismo vulnerable
Según un estudio publicado en Personality and Individual Differences (Moskowitz et al., 2020), los incels tienden a mostrar altos niveles de rumiación hostil, pensamiento dicotómico y creencias misóginas que, en conjunto, refuerzan un ciclo de aislamiento y resentimiento. Desde el psicoanálisis, puede pensarse como una fijación persecutoria del objeto amoroso: la imposibilidad del vínculo se transforma en odio, para no sentir el dolor del rechazo.
Monstruos en el fondo: el caso del CCH Sur
En la superficie de Internet hay memes, noticias, música. Pero en sus capas más hondas se forman comunidades subterráneas: foros, chats y canales donde el resentimiento se convierte en identidad. Estos espacios operan como arrecifes oscuros: desde fuera parecen inofensivos, pero albergan formas de violencia larvada que pueden emerger a la superficie.
El 22 de septiembre de 2024, Lex Ashton, un estudiante de 19 años, entró al CCH Sur de la UNAM con cuchillos en su mochila. Mató a Jesús Israel, de 16 años, e hirió a un trabajador que intentó detenerlo. El ataque, sin precedentes en la UNAM, provocó miedo, paros y protestas. Días después, comenzaron a aparecer amenazas en otros planteles: pintas, mensajes anónimos, falsas alarmas de bomba.
Padres, alumnos y docentes habían advertido que el agresor mostraba conductas violentas y referencias a discursos de odio como los incels. Los reportes quedaron estancados entre áreas administrativas y psicológicas. El caso destapó no solo carencias de seguridad en los planteles universitarios, sino también la falta de protocolos para detectar a tiempo discursos extremistas en jóvenes en riesgo.
Violencia “sin sentido”
Desde una perspectiva psicoanalítica, la violencia incel no surge de la nada. Es la expresión de fantasías inconscientes donde la impotencia y la vergüenza se transforman en odio hacia el objeto amoroso frustrante (las mujeres, los “otros”). Melanie Klein describió que en estados paranoides-esquizoides el sujeto proyecta hacia afuera partes escindidas de sí mismo, percibiendo al mundo como perseguidor. En este estado, la agresión aparece como defensa.
Estudios recientes, como el de Moskowitz et al. (2020) en Personality and Individual Differences, muestran que miembros de comunidades incel presentan altos niveles de rumiación hostil, pensamiento dicotómico y depresión, lo que incrementa su vulnerabilidad a conductas autodestructivas o violentas. La ideología incel funciona como un contenedor: da identidad al dolor, pero lo cristaliza en resentimiento.
La urgencia de intervenir
El caso del CCH Sur demuestra que los discursos de odio no son solo un fenómeno extranjero. Están presentes en nuestras escuelas, muchas veces disfrazados de memes. También revela fallas en las redes de detección temprana: profesores que no escuchan, protocolos que no se aplican, áreas psicológicas sin recursos para actuar.
Desde un punto de vista clínico, intervenir no significa estigmatizar a los jóvenes en riesgo, sino escucharlos, crear espacios de palabra, trabajar sus emociones antes de que se transformen en actos irreversibles.
No es solo Internet: es síntoma social
La cultura incel no puede explicarse únicamente como una desviación individual. Refleja un malestar profundo en la construcción de las masculinidades contemporáneas. Jóvenes que no encuentran pertenencia, que sienten vergüenza de sus emociones, que reciben mensajes contradictorios sobre el amor, el poder y el cuerpo. En vez de ser acompañados, muchos encuentran refugio en comunidades que les ofrecen identidad a cambio de resentimiento.
Desde Clínica Broa, creemos que el trabajo con estas subjetividades requiere escucha, no solo condena. No se trata de justificar, sino de comprender qué hay detrás del odio. Muchos de estos jóvenes están atrapados en dinámicas de vergüenza, miedo y soledad, que si no se elaboran, pueden cristalizar en discursos destructivos.
Fuentes de información
- Moskowitz, A., Malecki, M., & DeSouza, E. R. “Exploring the ‘Incel’ Subculture: A Qualitative Analysis of the Involuntary Celibate Community.” Personality and Individual Differences, vol. 161, 2020.
https://doi.org/10.1016/j.paid.2020.109982 - Baele, S. J., Brace, L., & Coan, T. G. “From ‘Incel’ to ‘Saint’: Analyzing the Violent Worldview Behind the 2018 Toronto Attack.” Terrorism and Political Violence, 2021.
https://doi.org/10.1080/09546553.2020.1844973 - Ging, Debbie. “Alphas, Betas, and Incels: Theorizing the Masculinities of the Manosphere.” Men and Masculinities, vol. 22, no. 4, 2019, pp. 638–657.
https://doi.org/10.1177/1097184X17706401


