Un ancla tóxica o cómo dejar de fumar sin naufragar en el intento

Dejar de fumar no se trata solo de voluntad, sino de comprender qué papel simbólico cumple el cigarro.

Durante años, para muchos fumadores, el cigarro es un ancla emocional: algo que estabiliza cuando las aguas de la vida se agitan. No es raro escuchar a alguien decir que “fumar lo calma”, que “lo acompaña” o que “ayuda a pensar”. En realidad, el cigarro no estabiliza; solo posterga la angustia, la disfraza, la empaqueta en humo.

Desde la neurobiología, sabemos que la nicotina genera una respuesta de recompensa inmediata en el cerebro, al activar la liberación de dopamina en el núcleo accumbens. Sin embargo, esta recompensa es de corto alcance, y deja tras de sí un ciclo de ansiedad, dependencia y culpa. Según un meta-análisis publicado en Cochrane Database of Systematic Reviews, la combinación de terapia conductual intensiva con terapia de reemplazo de nicotina (TRN) es actualmente la forma más efectiva para lograr la cesación del tabaco (Hartmann-Boyce et al., 2021).

Cuando el deseo no se apaga con voluntad

Dejar de fumar no es solo un acto de fuerza de voluntad. Es una reorganización del deseo, una relectura de las propias rutinas, una negociación con la angustia. Desde el psicoanálisis, se entiende que muchos consumos, como el cigarro, funcionan como sustitutos simbólicos de algo perdido, omitido o no dicho. Se fuma para silenciar, para no pensar, para no sentir.

En este sentido, dejar de fumar no solo es eliminar un objeto, sino confrontar aquello que el cigarro venía tapando. No basta con apagarlo; hay que entender qué se encendía con él. Para algunos, es ansiedad; para otros, es duelo, rabia o vacío.

Las estrategias más efectivas

Las investigaciones más robustas indican que la combinación de farmacoterapia y apoyo psicológico estructurado ofrece las mayores tasas de éxito. Entre los tratamientos farmacológicos más eficaces se encuentran la vareniclina (Champix), el bupropión (Zyban) y los parches de nicotina. Estos tratamientos, siempre indicados por profesionales de salud, reducen los síntomas de abstinencia y la probabilidad de recaída.

A nivel psicológico, la terapia cognitivo-conductual sigue siendo un pilar fundamental, ya que permite identificar y modificar los disparadores del consumo. No obstante, el enfoque psicodinámico también es importante, pues explora el lugar simbólico que el cigarro ocupa en la vida del paciente. Como un faro encendido en medio de la tormenta, la intervención terapéutica no elimina la tempestad, pero ayuda a navegarla con otra brújula.

Dejar de fumar es un proceso, no una guerra

En esta cultura de resultados inmediatos, muchos se frustran cuando no logran dejar de fumar “de una vez”. Pero dejar de fumar no es una carrera lineal, sino un proceso que puede incluir recaídas, retrocesos y momentos de ambivalencia. Lo importante no es cuántas veces se intenta, sino cómo se aprende en cada intento.

Desde una visión integradora, dejar de fumar implica escuchar al cuerpo, al inconsciente y al entorno. Es reconfigurar la relación con uno mismo, con la ansiedad, con el placer. Y aunque el cigarro pueda parecer una balsa, en realidad es una barca que se hunde. Lo necesario es construir otra embarcación: una que no tape los huecos con humo, sino que los sostenga con sentido.

Fuentes de información:

Hartmann-Boyce, Jamie, et al. “Nicotine Replacement Therapy versus Control for Smoking Cessation.” Cochrane Database of Systematic Reviews 4 (2021): CD000146.
https://doi.org/10.1002/14651858.CD000146.pub5

Fiore, Michael C., et al. Treating Tobacco Use and Dependence: 2008 Update. Clinical Practice Guideline. Rockville, MD: U.S. Department of Health and Human Services, Public Health Service, 2008.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK63952/

Klein, Melanie. Escritos de Melanie Klein. Buenos Aires: Paidós, 1991.

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