La compulsión a la repetición, lejos de ser un simple error, responde a una corriente profunda que organiza nuestro deseo y estructura nuestras vidas.
Imagina un navegante que, sin darse cuenta, repite su ruta en el mar una y otra vez, bordeando siempre las mismas islas, como si su brújula interna estuviera atrapada en un bucle. Este es el escenario que describen Freud y Lacan al explorar la repetición, un fenómeno que nos empuja a tropezar constantemente con las mismas piedras del pasado, como si algo, en el fondo de nuestro océano inconsciente, nos atara a viejos puertos conocidos.
La repetición, más que un simple retorno, es un intento del sujeto de enfrentarse a lo desconocido, de navegar aguas turbulentas donde el deseo, el trauma y lo irrepresentable residen.
Freud: el bucle del navegante
Para Freud, la repetición se manifiesta como una compulsión que desafía el deseo de placer. A veces, es como si el sujeto estuviera atrapado en un remolino, regresando a los mismos conflictos, miedos o situaciones que le generaron sufrimiento. En Más allá del principio del placer (1920), Freud observa que las personas repiten experiencias negativas no por gusto, sino porque hay algo más profundo que no ha sido “navegado”.
La Cosa (das Ding): la isla perdida
Freud introduce el concepto de la Cosa (das Ding), un núcleo traumático y perdido que no puede ser puesto en palabras, algo parecido a un tesoro oculto en el fondo del mar. El sujeto repite comportamientos como un navegante obsesionado con encontrar la isla, aunque cada intento sea fallido. La repetición, entonces, es una brújula descompuesta que siempre apunta al vacío, al intento de encontrar y darle sentido a lo que no puede ser dicho.
Lacan: Cartografiar el océano del deseo
Jacques Lacan retoma la idea freudiana de la repetición, pero añade una dimensión lingüística y simbólica. Para Lacan, el sujeto está atrapado en las olas del lenguaje: no es dueño de su destino porque su brújula está marcada por significantes que lo preceden.
Lacan introduce la marca, un rastro inicial, una huella en la arena que organiza las experiencias del sujeto. La marca funciona como el primer “significante”, algo que inscribe una coordenada desde donde el sujeto repetirá ciertos patrones de comportamiento.
Lacan transforma la idea freudiana de la Cosa en el concepto del “objeto a”, ese faro que el sujeto persigue eternamente sin alcanzarlo. El objeto a no es algo tangible, sino el vacío que mueve al deseo. Es decir, el objeto a es la luz del faro en el horizonte: siempre visible, pero nunca accesible.
La práctica clínica: orientarse en la tormenta
En el contexto del psicoanálisis, la repetición no es una condena, sino una oportunidad. El analista actúa como un cartógrafo, ayudando al sujeto a:
- Reconocer la marea: identificar las marcas y los remolinos que lo atan al pasado.
- Rodear la isla: hablar de la Cosa, aunque nunca pueda ser totalmente nombrada.
- Reorientar la brújula: enfrentarse al deseo y comprender que el faro (el objeto a) nunca será alcanzado, pero puede iluminar nuevos caminos.
Navegar entre la falta y el deseo
Freud y Lacan muestran que la repetición no es un simple error, sino un fenómeno estructural del sujeto. Somos navegantes que buscan insistentemente una isla perdida o un faro inalcanzable, repitiendo rutas porque nuestra brújula (el lenguaje, la Cosa, el objeto a) nos orienta hacia aquello que nos falta.
Sin embargo, el viaje no está condenado al sufrimiento. Reconocer estas mareas internas y aceptarlas como parte de nuestro mapa subjetivo nos permite cambiar la relación con la repetición: no para eliminarla, sino para navegarla con mayor conciencia.
Fuentes de información:
Kalfaian, Jessica Daniela. “Compulsión de repetición.” Universidad de Buenos Aires, 2015. https://www.aacademica.org/000-111/426.pdf
Collazos Montoya, Roger. “Compulsión a la repetición: entre la pulsión y el aparato psíquico.” Universidad de San Buenaventura, 2017. https://bibliotecadigital.usb.edu.co/handle/10819/5552