El precio de no valer: dinero y desesperanza

El dinero puede ser más que una preocupación: para muchas personas, su falta representa un colapso subjetivo.

En los océanos más profundos existen zonas llamadas plumas hidrotermales: regiones oscuras donde la presión es tan intensa que solo sobreviven criaturas adaptadas al abismo. Algo similar ocurre con la relación entre el dinero y el suicidio. A veces, lo que asfixia no es la deuda en sí, ni la pérdida concreta, sino el sentimiento insoportable de no tener valor.

Exploremos una herida que muchas veces permanece oculta: la conexión entre la precariedad económica, la percepción de fracaso personal y la caída simbólica del sujeto. Porque el suicidio rara vez aparece de forma súbita: suele ser un silencio acumulado, una exclusión prolongada, una pérdida de sentido que se vuelve insoportable.

Cuando el dinero deja de ser medio y se vuelve juicio

En muchas culturas, el dinero no es solo herramienta: es medida del éxito, de la utilidad, de la dignidad. La falta de ingresos, la deuda o la imposibilidad de sostener un hogar no son vividas solo como carencia material, sino como vergüenza existencial. Para quienes han internalizado el mandato de “producir para valer”, quedarse sin trabajo o no poder sostener a la familia puede vivirse como una anulación subjetiva.

Esta relación ha sido explorada empíricamente: un análisis longitudinal de datos en Estados Unidos reveló que el desempleo aumenta hasta cuatro veces el riesgo de suicidio en hombres, en comparación con los empleados (Kposowa, 2001).

El yo no se construye solo desde el adentro, sino también desde las miradas del otro. Si el entorno reafirma la idea de que “no vales nada si no generas”, el vacío simbólico puede ser tan devastador como el económico. No se trata solo de pobreza: se trata de la caída del deseo, del hundimiento del sentido de ser.

Dinero y masculinidad

Estudios muestran que los hombres en situación de desempleo prolongado presentan tasas de suicidio significativamente más altas. Esto no se debe únicamente al acceso a medios, sino a la carga simbólica que arrastran sobre el deber de ser proveedor, fuerte, autónomo. Cuando no pueden sostener esa identidad, el mundo psíquico colapsa.

Estudios internacionales han demostrado que los hombres en ocupaciones inestables o altamente presionadas tienen tasas de suicidio desproporcionadamente altas, especialmente en contextos de crisis económica (Milner et al., 2013). Este patrón sugiere que la presión de cumplir con el rol tradicional de proveedor no solo es simbólica, sino potencialmente letal.

Esto no es fortuito. Como explican Canetto y Sakinofsky (1998), los varones suelen tener más dificultades para buscar ayuda emocional o expresar vulnerabilidad. Cuando su identidad se liga exclusivamente a su capacidad productiva, el desempleo o la bancarrota se perciben como una caída personal irreparable, no como un evento social y compartido. En el fondo, lo que se derrumba no es solo una fuente de ingresos, sino una estructura de sentido.

En términos simbólicos, muchos varones asocian su existencia al dinero que circulan. Y cuando ese flujo se detiene, sienten que su identidad se evapora. No pueden pedir ayuda, porque hacerlo significaría aceptar la caída. Y en ese silencio, el dolor se convierte en peso. Como si la falla económica revelara una falla más íntima, más arcaica: la de no haber sido suficiente nunca.

Herencias rotas

Los suicidios ligados a razones económicas —por quiebra, deuda, estafa o desempleo— a menudo se disfrazan en el discurso público. Se habla de “problemas personales”, de “depresión”, sin indagar en la estructura social que lleva a tantos a pensar que no hay salida sin muerte. No es solo dolor interno: es abandono estructural, desamparo institucional, soledad afectiva.

El psicoanálisis no niega las causas externas, pero invita a pensar cómo lo económico se inscribe en el inconsciente. Para muchas personas, perder dinero significa revivir escenas tempranas de humillación, de pérdida, de injusticia. Y sin un otro que escuche, que devuelva palabra y sentido, el dolor se vuelve intolerable.

No se trata de cifras, sino de significado

En Clínica Broa, trabajamos con la convicción de que ninguna pérdida económica debería costar una vida. El dinero puede faltar, pero el deseo puede reconstruirse. Lo que se necesita es un espacio donde se devuelva al sujeto su derecho a existir más allá de su productividad, donde se nombre el dolor sin juicio, y donde la desesperanza no sea vista como destino, sino como síntoma que merece ser escuchado.

Fuentes de información

Kposowa, Augustine J. 2001. “Unemployment and Suicide: A Cohort Analysis of Social Factors Predicting Suicide in the US National Longitudinal Mortality Study.” Psychological Medicine 31(1): 127–138.
https://doi.org/10.1017/S0033291799002925

Milner, Allison, Spittal, Matthew J., Pirkis, Jane, y LaMontagne, Anthony D. 2013. “Suicide by Occupation: Systematic Review and Meta-Analysis.” British Journal of Psychiatry 203(6): 409–416.
https://doi.org/10.1192/bjp.bp.113.128405

Chang, Shu-Sen, Gunnell, David, Sterne, Jonathan A.C., Lu, Ting-Chen, y Cheng, Andrew T.A. 2009. “Was the Economic Crisis 1997–1998 Responsible for Rising Suicide Rates in East/Southeast Asia? A Time-Trend Analysis for Japan, Hong Kong, South Korea, Taiwan, Singapore and Thailand.” Social Science & Medicine 68(7): 1322–1331.
https://doi.org/10.1016/j.socscimed.2009.01.010

Canetto, Silvia Sara, y Sakinofsky, Isaac. 1998. “The Gender Paradox in Suicide.” Suicide and Life-Threatening Behavior 28(1): 1–23.
https://doi.org/10.1111/j.1943-278X.1998.tb00622.x

Fitzpatrick, Kevin M., y Willis, Deborah. 2016. “Low Income and Suicidal Ideation Among US Adults: Does Social Support Matter?” Public Health 141: 103–112.
https://doi.org/10.1016/j.puhe.2016.09.005

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