El arte no solo representa lo que sentimos, también nos ayuda a procesarlo. Desde el psicoanálisis, crear se vuelve una forma de navegar el inconsciente, de transformar lo que no se puede decir en formas que nos sostienen.

No siempre es posible hablar. A veces, ni siquiera se sabe qué duele. Las palabras se escapan como peces entre los dedos y lo que queda es una sensación espesa, salobre, como una marea detenida bajo la piel. En esos momentos, el arte no aparece como una respuesta, sino como una forma de sostener la pregunta.

Desde el psicoanálisis, el arte no es solo estética, tampoco es únicamente sublimación. Es una vía psíquica de transformación, un recurso simbólico que el sujeto emplea —muchas veces sin saberlo— para elaborar lo que no puede procesar de otra forma. Como un viejo velero en medio de una tormenta, el arte permite mantenerse a flote cuando todo lo demás naufraga.

El espacio transicional de Winnicott

Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista británico, fue uno de los primeros en teorizar sobre el rol creativo del juego en la construcción del self. En Playing and Reality (1971), introduce la idea del espacio transicional: un lugar intermedio entre la realidad interna y la externa, donde se desarrolla la creatividad. Este espacio, que comienza con el objeto transicional del niño (como un peluche o una manta), se extiende en la adultez a través del arte, la religión, la cultura y los vínculos.

Según Winnicott, solo quien ha tenido un entorno suficientemente bueno puede jugar. Y solo quien ha jugado, puede crear. El arte surge entonces como una zona segura de exploración simbólica, donde el yo no se siente amenazado y puede experimentar sin riesgo de fragmentación.

“Es solo en el jugar, y quizás solo en el jugar, donde el individuo puede ser creativo y encontrarse a sí mismo.”
— Winnicott (1971)

Este juego adulto —el arte— permite entrar en contacto con partes profundas del psiquismo. En cada trazo, color o palabra, el sujeto negocia con su historia, con su deseo, con su herida.

Del caos a la forma: Ehrenzweig y la regresión controlada

Anton Ehrenzweig, en The Hidden Order of Art (1967), planteó una idea que se adelantó a las neurociencias: para crear, es necesario una forma de desorganización productiva. Lo llamó “regresión controlada”: un proceso en el que el artista debe permitir que lo irracional, lo caótico, incluso lo infantil, surjan y se expresen sin censura.

Esto no es patológico. Es una forma de conexión profunda con lo inconsciente. El arte se convierte así en una embarcación capaz de contener lo informe, sin que este destruya la cohesión del yo. El caos es puesto al servicio de la forma, y la forma deja filtrar lo informe. Como en el oleaje que parece aleatorio, pero sigue un ritmo profundo.

En palabras de Ehrenzweig:

“La creación artística implica una entrega a la regresión, que debe mantenerse sin perder el control, lo que produce una forma superior de orden.”

Este orden, invisible pero eficaz, permite transformar la angustia en imagen, la culpa en trazo, la pérdida en sonido.

Lo abyecto, lo bello y lo insoportable: el arte como exilio de lo real

La filósofa y psicoanalista Julia Kristeva fue más allá. En Powers of Horror (1982), estudió el arte no solo como elaboración, sino como confrontación con lo abyecto: aquello que amenaza con expulsarnos de la humanidad. El cuerpo, la muerte, el excremento, la sangre: lo que la cultura niega, el arte puede mostrar.

El arte no siempre embellece. A veces, revela lo que no puede decirse. En ese sentido, el artista se convierte en una suerte de buzo que desciende a las zonas más profundas y oscuras del inconsciente colectivo, no para adornarlas, sino para traerlas a la superficie. No es una hazaña sin riesgos. Algunos no vuelven. Otros regresan con lo necesario para dar forma a lo informe.

Este descenso no es ajeno a la clínica. Muchos pacientes llegan con imágenes internas cargadas de horror, culpa o violencia. La palabra no basta. Y ahí, el acto creativo puede funcionar como un ancla psíquica. Algo que fija, que sostiene, que permite decir: “esto también soy”.

El arte como síntoma, pero también como solución

En la práctica clínica, muchas obras emergen en los márgenes del síntoma. Hay quienes pintan cuando no pueden hablar, hay quienes escriben cuando no pueden llorar. Desde Freud, el arte fue leído como sublimación: un destino más alto para las pulsiones. Pero el arte también puede ser un síntoma en sí mismo, un intento fallido de resolver algo que sigue activo. Lo importante, entonces, no es si el arte cura, sino si permite elaborar, si puede simbolizar lo que antes estaba expulsado.

Algunos analistas, como Marion Milner, han observado que la creatividad no siempre es «terapéutica» en sentido estricto, pero sí ofrece un espacio de negociación entre lo vivido y lo sentido. Como una boya en mar abierto: no detiene la corriente, pero señala que estamos ahí, que hay algo que aún nos mantiene a flote.

En Clínica Broa, creemos que el arte no sustituye a la palabra, pero puede acompañarla. Y que en el proceso terapéutico, ofrecer un espacio para explorar lo simbólico permite al sujeto reconocerse desde otro lugar. Lo que parecía solo una imagen o una frase suelta, puede contener todo un universo interno. El análisis, como el arte, no dicta respuestas: abre caminos para que el sujeto navegue su propia historia.

Así como el mar guarda barcos hundidos, también el inconsciente conserva imágenes, palabras, escenas. La creación artística permite sumergirse en esas aguas, no para quedarse en ellas, sino para salir transformado.

Fuentes de información

  • Winnicott, D. W. Playing and Reality. London: Tavistock Publications, 1971.
  • Ehrenzweig, Anton. The Hidden Order of Art: A Study in the Psychology of Artistic Imagination. Berkeley: University of California Press, 1967.
  • Kristeva, Julia. Powers of Horror: An Essay on Abjection. Translated by Leon S. Roudiez. New York: Columbia University Press, 1982.
  • Milner, Marion. On Not Being Able to Paint. London: Heinemann, 1950.

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