Había una vez un marinero que no necesitaba océanos. Su brújula ya no apuntaba al norte, sino al alza. Aquel hombre no pisaba el muelle ni contemplaba la marea. Pasaba los días encerrado frente a una pantalla, apostando en carreras que no veía, partidos que no entendía y mercados que no dormían. Nunca zarpaba, pero siempre estaba a la deriva.
Ese marinero es cada vez más común. Ya no hace falta vestirse de gala para entrar a un casino ni cruzar la ciudad para apostar en un hipódromo. El azar, como una tormenta digital, cabe ahora en la palma de la mano. Las casas de apuestas deportivas, las plataformas de trading de alta frecuencia y los juegos en línea han borrado las fronteras entre entretenimiento, adicción y economía simbólica.
Apostar ya no es un juego, es una fuga
En el plano clínico, las apuestas ya no son vistas como simple distracción, sino como una vía de escape emocional, un síntoma que expresa algo más profundo. El acto de apostar se convierte en ritual: una forma de calmar la angustia, de recuperar una ilusión de control, de sentir que “algo depende de uno”.
El psicoanálisis no interpreta la adicción al juego como una simple falta de voluntad, sino como una compulsión a la repetición. El sujeto no apuesta para ganar, sino para recrear inconscientemente una escena: la emoción del riesgo, la posibilidad de redención, la fantasía de reparación.
Melanie Klein planteó que el juego puede adquirir un valor defensivo cuando intenta reparar psíquicamente algo perdido o dañado. En este sentido, muchos jugadores compulsivos no buscan dinero, sino restituir un narcisismo herido, un vínculo fallido, una sensación de valor personal.
Trading, apuestas y la ficción del control
En el nuevo océano digital, el trading financiero ha asumido el rol del casino moderno. El lenguaje se ha sofisticado: ya no se habla de suerte, sino de estrategia; no de juegos, sino de mercados. Pero la lógica subyacente es la misma: una ilusión de control frente a un sistema impredecible.
Estudios recientes (Granero et al., 2020) han demostrado que el trading intradía comparte patrones neurológicos con el juego patológico, especialmente en la activación del circuito dopaminérgico ante ganancias y pérdidas. El marinero digital se hunde, no por la ola, sino por su necesidad de remar siempre.
La accesibilidad 24/7 de estas plataformas refuerza la compulsión. Ya no hay cierre de puertas ni relojes que indiquen que es hora de irse. Solo la pantalla luminosa, la promesa de la siguiente apuesta, el ciclo infinito de pérdida y reparación.
Volver a tierra firme
Romper con el ciclo adictivo no consiste en prohibir el acto, sino en entender el deseo que lo alimenta. ¿Qué se gana realmente cuando se apuesta? ¿Qué se busca en esa ganancia? ¿Qué se repite cada vez que se pierde?
En Clínica Broa, abordamos estos fenómenos desde una perspectiva interdisciplinaria, donde el síntoma no se combate, se escucha. El jugador no es culpable, sino alguien que intenta, de manera torpe pero comprensible, sostener una vida emocional que se le escapa.
Como aquel marinero que confunde el horizonte con la pantalla, muchos jugadores no saben que siguen anclados en un dolor antiguo. Apostar no es el problema. El problema es no saber de qué se huye.
Fuentes de información:
Granero, Roser, et al. “Gambling Disorder and Trading in Financial Markets: Clinical and Personality Characteristics.” Journal of Behavioral Addictions 9, no. 2 (2020): 349–359.
https://doi.org/10.1556/2006.2020.00025
Klein, Melanie. Notas sobre algunos mecanismos esquizoides (1946). En Envidia y gratitud y otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 1991.
Gainsbury, Sally M., et al. “The Role of Risk and Reward in Problematic Online Trading.” Addictive Behaviors 124 (2021): 107106.
https://doi.org/10.1016/j.addbeh.2021.107106