Hay palabras que brillan como monedas nuevas. En los últimos años, pocas han ganado tanta fama como la serotonina. En redes, en series, en cafés de sobremesa: “me falta serotonina”, “subí mi serotonina”, “esa persona es pura serotonina”. De molécula oscura de laboratorio ha pasado a convertirse en el fetiche químico del bienestar emocional.
Si bien es cierto que este neurotransmisor participa en procesos afectivos, también es cierto que reducir la tristeza o la ansiedad a un desequilibrio serotonérgico es como explicar una tormenta oceánica por la falta de sal en el agua.
La serotonina: una molécula anfibia
La serotonina —5-hidroxitriptamina— es una sustancia que habita tanto en el sistema nervioso como en el tracto gastrointestinal. De hecho, más del 90 % se produce en el intestino, lo que ha llevado a hablar del eje intestino-cerebro como una autopista bioquímica del afecto (Mayer et al., 2015). Su papel en el cuerpo es diverso: regula el sueño, el apetito, la digestión, la temperatura y también el estado de ánimo.
Pero no trabaja sola. Forma parte de una orquesta compleja donde intervienen dopamina, noradrenalina, GABA, oxitocina y muchas otras. Pensar que la serotonina “genera felicidad” es como decir que el faro produce el océano: hay algo de guía, sí, pero no hay creación emocional pura.
La promesa química de la felicidad
Con la llegada del Prozac en los años 90, se consolidó la narrativa del “desequilibrio químico” como explicación dominante de los trastornos afectivos. Esta idea, impulsada por la industria farmacéutica, ofrecía una promesa atractiva: si la tristeza es falta de serotonina, basta con corregirla.
Sin embargo, estudios como el de Moncrieff et al. (2022) han desafiado esa teoría, demostrando que no hay evidencia concluyente de que la depresión se deba a niveles bajos de serotonina. Aun así, la cultura popular ha adoptado esta simplificación con fuerza, porque calma la angustia: es más fácil creer que somos una maquinaria desajustada que enfrentarse al vacío del sentido.
Serotonina, cultura y metáforas del ánimo
En la civilización del rendimiento, donde no hay tiempo para elaborar el duelo ni el dolor, la serotonina se convierte en el pase directo al bienestar, sin atravesar el fondo del mar. El marketing del bienestar bioquímico elimina la historia, el trauma, el deseo, la biografía. Como si el cuerpo emocional pudiera resetearse con una pastilla sin mirar sus raíces.
La metáfora marina aquí es precisa: intentar modificar la marea sin explorar el lecho marino es tapar el síntoma, no navegarlo. El psicoanálisis, en cambio, propone otra travesía: no negar la química, sino preguntarse qué historia se aloja detrás del síntoma que busca la serotonina como salvación.
Entre moléculas y mapas simbólicos
La serotonina importa. Mucho. Pero no todo. Amar, perder, recordar, esperar, desear: nada de eso cabe entero en una sinapsis. Somos biología, pero también lenguaje, historia, ausencia. En Clínica Broa, creemos en abordar el malestar desde una mirada amplia, que no reduce la vida emocional a un índice neuroquímico.
Porque si bien a veces el cerebro necesita ayuda, el alma también necesita comprensión. Y hay tormentas que solo se calman cuando alguien —sin fórmulas— escucha desde la orilla.
Fuentes de información
- Moncrieff, Joanna, et al. “The Serotonin Theory of Depression: A Systematic Umbrella Review of the Evidence.” Molecular Psychiatry 27, no. 10 (2022): 2401–2413.
https://doi.org/10.1038/s41380-022-01661-0 - Mayer, Emeran A., et al. “Gut/brain axis and the microbiota.” The Journal of Clinical Investigation 125, no. 3 (2015): 926–938.
https://doi.org/10.1172/JCI76304