Náufragos del diagnóstico: ansiedad y los límites del DSM-5

El DSM-5 clasifica la ansiedad en múltiples trastornos, pero ¿puede un manual capturar la complejidad de una angustia viva?

En la psicología, la ansiedad se ha convertido en un continente vasto. Un lugar donde se clasifican miedos, temblores, insomnios, pensamientos intrusivos y respiraciones entrecortadas. El DSM-5 —manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales— traza mapas precisos para navegar ese territorio. Pero ¿qué se pierde cuando reducimos una tormenta psíquica a una etiqueta clínica? ¿Qué deja fuera este modelo cuando pone nombre, pero no escucha el relato?

No toda ansiedad es un mal a erradicar; a veces, es un faro que apunta hacia lo que no se ha dicho.

Diagnóstico o naufragio

Desde una perspectiva médica, diagnosticar sirve para ordenar el caos. Nombrar, agrupar, intervenir. El DSM-5, publicado por la American Psychiatric Association, clasifica la ansiedad en una variedad de trastornos: generalizada, fóbica, social, de pánico, entre otros. Cada uno con criterios, síntomas, duración y códigos.

Pero esta cartografía, aunque útil en la práctica clínica estandarizada, corre el riesgo de fosilizar la experiencia. La ansiedad, vivida desde adentro, no siempre encaja en las casillas del manual. A veces se presenta como un vacío que aprieta el pecho al despertar. Otras veces, como una marea de pensamientos sin salida. El diagnóstico puede nombrar el síntoma, pero no lo escucha. Puede decir “trastorno”, pero no pregunta “¿qué angustia se juega aquí?”.

La ansiedad no es el enemigo

Para el psicoanálisis, la ansiedad no es un error, sino una señal. No algo que debe eliminarse con rapidez, sino una manifestación del deseo, del conflicto, de lo que no encuentra forma de decirse de otro modo. Freud, y luego Lacan, entendieron que el síntoma habla —aunque sea en gritos o en silencios.

Desde esta perspectiva, la ansiedad no se trata de “síntomas molestos” a suprimir, sino de significados por descifrar. ¿Qué angustia se nombra cuando no se puede respirar? ¿Qué deseo se reprime cuando el cuerpo tiembla sin razón? ¿Qué mandato ajeno se obedece cuando el sujeto ya no sabe qué quiere?

El DSM-5 no tiene espacio para estas preguntas. Solo ofrece categorías y protocolos. Pero el alma humana, como el océano, no se deja dividir tan fácilmente en líneas rectas.

Las etiquetas que aprietan

En muchos contextos, recibir un diagnóstico de ansiedad puede traer alivio: finalmente, una palabra para explicar lo que ocurre. Sin embargo, cuando el diagnóstico se convierte en identidad, deja de ser útil y comienza a limitar. El “tengo ansiedad” se convierte en “soy ansioso”, y esa etiqueta comienza a organizar la vida, las decisiones y las posibilidades de transformación.

Además, el manual ha sido criticado por expandir excesivamente los criterios diagnósticos, patologizando emociones humanas normales: la tristeza se vuelve depresión, la timidez, fobia social, el duelo, trastorno de adaptación. Esta psiquiatrización de la vida emocional convierte en pacientes a quienes tal vez solo necesitan un espacio para elaborar.

Otras brújulas para navegar la angustia

No se trata de desechar el DSM-5, sino de reconocer sus límites. Sirve como mapa, pero no reemplaza al viaje. Nombrar no es lo mismo que comprender, y clasificar no basta si se pierde de vista al sujeto.

En Clínica Broa, ofrecemos un abordaje más profundo: no nos limitamos a etiquetas diagnósticas, sino que exploramos el sentido de los síntomas en la historia única de cada persona. Porque a veces, la ansiedad no es el enemigo, sino el último intento del alma de ser escuchada antes del naufragio.

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