Es fácil abrumarnos por las noticias negativas, como si el mundo estuviera atrapado en una tormenta perpetua. Sin embargo, si alzamos la vista y examinamos el panorama completo, descubriremos que, en muchos sentidos, vivimos en el mejor momento de la historia de la humanidad. Avances en salud, educación y tecnología nos han llevado a niveles de prosperidad que nuestros antepasados no habrían imaginado.
Sin embargo, estos logros también traen nuevas tensiones emocionales. ¿Cómo reconciliamos el progreso externo con el aumento de problemas relacionados con la salud mental?
1. La esperanza de vida nunca había sido tan alta
En el pasado, la vida era comparativamente corta y peligrosa. Enfermedades como la viruela, el cólera y la tuberculosis solían devastar poblaciones enteras. Hoy, gracias a avances médicos como las vacunas, los antibióticos y las mejoras en la higiene, la esperanza de vida global se ha duplicado desde el siglo XIX, alcanzando un promedio de 72 años.
Sin embargo, vivir más tiempo también trae nuevos desafíos, como la presión de mantener una carrera profesional prolongada o cuidar de familiares mayores. Aquí, la atención psicológica puede ayudar a manejar el estrés relacionado con las demandas de la vida moderna, y así fomentar el autocuidado y el balance emocional.
2. Más personas acceden a la educación
La educación, que alguna vez fue privilegio de una élite, ahora está al alcance de la mayoría. Más del 86% de la población mundial sabe leer y escribir, y la educación superior se ha convertido en una posibilidad real para millones.
Aunque esto abre puertas, también aumenta las expectativas personales y sociales. Las presiones por destacar en un mundo competitivo pueden llevar al agotamiento emocional. La terapia psicológica, combinada con técnicas como la gestión del tiempo y la atención plena, puede aliviar estas cargas.
3. Menos violencia, pero no sin conflictos: una visión global
Aunque Steven Pinker y otros investigadores señalan que la violencia ha disminuido en términos proporcionales a la población global, esta afirmación no debe interpretarse como la ausencia de conflictos. Vivimos en un mundo donde las guerras y la violencia aún son realidades dolorosas para millones de personas. Ejemplos recientes, como el conflicto entre Ucrania y Rusia, las tensiones entre Israel y Palestina y la violencia relacionada con el crimen organizado en México, subrayan que, aunque los índices globales de violencia han disminuido a largo plazo, los desafíos actuales son alarmantes.
Tan solo en México el impacto de la violencia estructural ha llevado a un aumento en los homicidios y las desapariciones. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el país ha enfrentado tasas de homicidio superiores a la media global durante la última década.
Aunque en la Edad Media y épocas anteriores, las tasas de homicidios y muertes violentas eran mucho más altas en proporción a la población, las guerras mundiales del siglo XX dejaron un impacto devastador, pero los tratados de paz, la cooperación internacional y la creación de instituciones como las Naciones Unidas han reducido los conflictos entre grandes potencias y han promovido esfuerzos de mediación.
Sin embargo, esto no significa que los conflictos hayan desaparecido, sino que su naturaleza ha cambiado. Ahora, los conflictos tienden a concentrarse en regiones específicas, con un impacto más localizado pero devastador para quienes los viven.
Más allá de la violencia física, los conflictos actuales dejan profundas cicatrices psicológicas en las poblaciones afectadas, así como en quienes observan los eventos a través de los medios de difusión masiva y las redes sociales.
En zonas de guerra, las personas enfrentan estrés postraumático, ansiedad y pérdida del sentido de seguridad. En países como México, la exposición constante a la violencia genera traumas colectivos y normalización de la inseguridad. A nivel global, la exposición a estas crisis a través de imágenes y noticias genera un fenómeno conocido como trauma vicario, donde las personas desarrollan síntomas de estrés al observar el sufrimiento ajeno.
La atención psicológica, tanto en contextos de guerra como en comunidades afectadas por la violencia, actúa como una herramienta clave para sanar las heridas emocionales y romper los ciclos de violencia.
4. Una conexión sin precedentes
Gracias a la tecnología, estamos más conectados que nunca. Podemos aprender sobre culturas distantes, acceder a recursos educativos gratuitos y mantenernos en contacto con seres queridos al otro lado del mundo.
Sin embargo, esta conexión constante también puede causar sobrecarga informativa y sentimientos de insuficiencia al compararnos con los demás en redes sociales. El apoyo psicológico puede enseñar estrategias para desconectar digitalmente, establecer límites saludables y encontrar satisfacción en el presente.
5. Reducción de la pobreza extrema: un progreso desigual
La pobreza extrema, definida como vivir con menos de 1.90 dólares al día, ha disminuido significativamente, pasando del 36% de la población mundial en 1990 al 9% en la actualidad, según datos del Banco Mundial.
Este avance ha sido posible gracias a políticas de desarrollo, el comercio global y avances tecnológicos. Sin embargo, la lucha contra la pobreza no ha beneficiado a todos por igual, y las cifras globales no siempre reflejan la complejidad de las experiencias individuales y regionales.
Si bien muchas personas han salido de la pobreza extrema, muchas de ellas viven ahora en lo que podría llamarse “pobreza moderada”, con ingresos apenas superiores al umbral establecido por los organismos internacionales. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cerca de 2 mil millones de trabajadores en el mundo enfrentan condiciones de empleo precarias, sin acceso a seguridad social ni salarios suficientes para garantizar una calidad de vida digna.
Además, la desigualdad económica sigue siendo un problema crítico. En países de ingreso medio y alto, el acceso desigual a la educación, la salud y las oportunidades laborales perpetúa disparidades entre las distintas clases sociales.
A medida que los estándares globales de vida mejoran, las expectativas individuales y colectivas también crecen. Esto puede generar nuevas formas de ansiedad:
- La presión por el éxito: En sociedades con mayor acceso a oportunidades, el miedo a no cumplir con los estándares sociales y personales puede afectar la autoestima.
- El síndrome del impostor: Muchas personas que logran salir de la pobreza enfrentan dudas sobre su lugar en nuevas estructuras económicas o sociales.
- Estrés relacionado con la desigualdad: Ver cómo otros disfrutan de mejores condiciones mientras uno mismo enfrenta precariedades puede generar frustración y resentimiento.
El psicoanálisis ayuda a las personas a manejar estas ansiedades. En Clínica Broa, trabajamos para ayudar a las personas a encontrar equilibrio en un mundo que ofrece más oportunidades, pero también mayores desafíos.
Vivimos en un océano de posibilidades, pero navegar en estas aguas requiere que aprendamos a manejar las tormentas emocionales que surgen en el camino. La atención psicológica es la brújula que nos permite disfrutar de los frutos del progreso sin perdernos en la sobrecarga de expectativas y desafíos.
En este mejor momento de la historia, la clave no es solo celebrar los avances, sino también aprender a vivir con plenitud en medio de ellos.
Fuentes de información
Pinker, Steven. The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined. New York: Viking, 2011.
World Health Organization (WHO). “Global Health Observatory Data Repository.” Organización Mundial de la Salud, 2023. https://www.who.int/gho
Roser, Max, and Esteban Ortiz-Ospina. “Global Extreme Poverty.” Our World in Data, 2023. https://ourworldindata.org/extreme-poverty
United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO). “Global Literacy Rates.” UNESCO, 2021. https://www.unesco.org
