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¿Chela, tacha o clona?: La relación costo-beneficio del consumo de sustancias en la salud mental

El consumo de sustancias como alcohol, drogas recreativas y psicofármacos plantea una compleja relación costo-beneficio para la salud mental.

El consumo de sustancias como alcohol, drogas recreativas y psicofármacos plantea una compleja relación costo-beneficio para la salud mental.

Jorge Luis Macías Lloret

Lolbé Castañeda Ferrer

Las actitudes ante el consumo de cualquier sustancia se forman en torno al contexto social de la persona, así como de sus experiencias personales. Estas actitudes son las que clasifican las sustancias como “socialmente aceptables” o “inaceptables”, en ocasiones ignorando los efectos tanto positivos como negativos que pueden tener en la salud de la persona. El ejemplo por excelencia es el alcohol, que a pesar de ser considerado una sustancia “socialmente aceptable” y ser utilizado popularmente como un tratamiento para la ansiedad social, está relacionado con una amplia variedad de efectos nocivos a corto y largo plazo.

En contraste, y a pesar de los avances en el desarrollo de mejores medicamentos psiquiátricos, su consumo se sigue considerando “socialmente inaceptable” por amplios sectores de la población. Una de las principales razones es la farmacofobia. La farmacofobia se refiere a la actitud negativa hacia el uso de medicamentos. Entre sus causas principales se encuentran la falta de confianza en el sistema médico, así como el contar con un historial de reacciones adversas debido a tratamientos mal recetados o sobredosis. 

La farmacofobia puede conducir al uso inadecuado de medicamentos, la ausencia total de su consumo y la recaída en un trastorno o enfermedad. Los farmacófobos no confían en los medicamentos y a menudo creen que la población los consume en exceso, que los médicos prescriben medicamentos en demasía o que la medicación no es la mejor solución posible. También consideran que los medicamentos tienen demasiados efectos secundarios y que podrían poner en peligro su salud a largo plazo.

La prevalencia de la farmacofobia en el campo de la psiquiatría se debe fundamentalmente a los estigmas asociados a las enfermedades mentales. El diagnóstico de una enfermedad mental, cuando se asocia a estereotipos y prejuicios, puede dar pie a un estatus social indeseable. De igual manera, la etiqueta social de “paciente psiquiátrico” puede ocasionar que otros reaccionen de manera negativa e incluso excluyan al individuo del círculo social al que pertenece.

El estigma se puede clasificar en dos tipos: estigma público y autoestigma. El estigma público ocurre cuando la sociedad discrimina a las personas porque tienen una enfermedad mental, conduciendo, por ejemplo, a oportunidades limitadas de relaciones afectivas, empleo y vivienda. El autoestigma (o estigma que se impone el individuo a sí mismo) se refiere a los comportamientos y respuestas del individuo estigmatizado, como la internalización de respuestas sociales negativas que conducen a sentimientos de auto-rechazo, secretismo, vergüenza y aislamiento. Esto se basa en un duro juicio hacia sí mismo que resulta muchas veces en una depresión incluso de carácter existencial. El individuo puede llegar a preguntarse “¿Para qué la vida?” y otras preguntas obsesivas similares.

Estas actitudes críticas hacia los costos, que incluyen los efectos secundarios y consecuencias a largo plazo, y los beneficios, que se refieren a la mejora de síntomas obsesivos, de ansiedad y depresión por el uso de medicamentos psiquiátricos, rara vez se aplican cuando se trata del consumo de sustancias “socialmente aceptables” como el alcohol, la comida chatarra y el exceso de azúcar.

Por esta razón, se alienta a la población a informarse sobre el consumo de cualquier sustancia, utilizando fuentes confiables y contando con el apoyo de profesionales de la salud. El objetivo es ayudar a las personas a tomar decisiones informadas y cuestionar los prejuicios sociales existentes, de modo que puedan evaluar de manera crítica el consumo de sustancias para el bienestar de su salud física y mental.

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Como ejemplo, muchos pacientes llegan a la Clínica Broa con síntomas moderados o graves de ansiedad y depresión, y consumen sustancias como alcohol y marihuana. A estos pacientes se les puede recomendar un tratamiento con inhibidores de la recaptura de serotonina (comúnmente conocidos como antidepresivos); sin embargo, muchos lo rechazan sin darse cuenta de que el consumo de alcohol y marihuana no solo agrava sus síntomas, sino que también causa más daño a su cuerpo y cerebro que los antidepresivos.

Esto no implica que los antidepresivos sean siempre beneficiosos o no tóxicos, pero en los casos en que se necesitan para reducir síntomas, pueden ayudar al paciente a alcanzar una estabilidad física y emocional, permitiéndole salir de una situación que sí es perjudicial.

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El consumo de sustancias médicas y recreativas tiene un impacto significativo en la salud mental, y su relación costo-beneficio puede variar ampliamente dependiendo del contexto y del tipo de sustancia. A continuación, se presenta un resumen de algunos puntos clave:

Sustancias Médicas

Beneficios:

  • Tratamiento de trastornos mentales: Medicamentos como los antidepresivos, ansiolíticos y antipsicóticos pueden ser esenciales para el tratamiento de trastornos mentales graves.
  • Mejora de la calidad de vida: Cuando se usan adecuadamente, estos medicamentos pueden mejorar significativamente la calidad de vida de los pacientes, permitiéndoles llevar una vida más funcional y productiva.

Riesgos:

  • Efectos secundarios: Los medicamentos pueden tener efectos secundarios que afectan la salud física y mental del paciente.
  • Dependencia y abuso: Existe el riesgo de dependencia y abuso, especialmente con medicamentos como los opioides y benzodiacepinas.

Sustancias Recreativas

Beneficios:

  • Alivio temporal del estrés: Algunas personas usan sustancias recreativas como el alcohol o el cannabis para aliviar temporalmente el estrés y la ansiedad.
  • Socialización: El consumo de estas sustancias a menudo se asocia con actividades sociales, lo que puede mejorar temporalmente el bienestar emocional.

Riesgos:

  • Riesgo de adicción: El uso recreativo puede llevar a la adicción, lo que tiene consecuencias graves para la salud mental y física.
  • Problemas de salud mental: El consumo excesivo puede exacerbar o incluso causar trastornos mentales como la depresión y la ansiedad.
  • Impacto en la vida social y laboral: La adicción y el abuso de sustancias pueden afectar negativamente las relaciones personales y el rendimiento laboral.

Conclusión

La relación costo-beneficio del consumo de sustancias médicas y recreativas en la salud mental es compleja y depende de múltiples factores, entre los que se incluyen el tipo de sustancia, la dosis, la frecuencia de uso y el contexto individual. Es crucial abordar el consumo de estas sustancias con una perspectiva informada y equilibrada, considerando tanto los beneficios potenciales como los riesgos asociados.

Referencias:

De las Cuevas C., Peñate W. (2015). Explaining pharmacophobia and pharmacophilia in psychiatric patients: relationship with treatment adherence. Human Psychopharmacology: Clinical and Experimental, 30, 377-383. DOI: 10.1002/hup.2487

Petelinšek, A., & Lauri Korajlija, A. (2020). Predictors of pharmacophobia. Health psychology research, 8(1), 8853. https://doi.org/10.4081/hpr.2020.8853

Kranke, D., Floersch, J., Townsend, L., & Munson, M. (2010). Stigma experience among adolescents taking psychiatric medication. Children and Youth Services Review, 32(4), 496–505.

Corrigan, P., & Kleinlein, P. (2005). The impact of mental illness stigma. In P. Corrigan (Ed.), On the stigma of mental illness: Practical strategies for research and social change (pp. 11−44). Washington, DC: American Psychological Association.

Contenido

El consumo de sustancias como alcohol, drogas recreativas y psicofármacos plantea una compleja relación costo-beneficio para la salud mental. Desde el uso social del alcohol hasta la automedicación con clonazepam, analizamos las implicaciones de estas prácticas y la delgada línea entre el bienestar y la dependencia.

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