El violentómetro, esa herramienta ampliamente difundida por instituciones educativas y de salud pública, clasifica de forma progresiva las manifestaciones de violencia en relaciones interpersonales. Desde bromas hirientes hasta la agresión física y el feminicidio, su objetivo es visibilizar lo que muchas veces se normaliza. Sin embargo, hay una dimensión más sutil —aunque igual de peligrosa— que rara vez aparece en estos instrumentos: la violencia psíquica, silenciosa, simbólica, muchas veces internalizada y repetida de forma inconsciente.
Desde la práctica psicoanalítica, podríamos pensar en un “violentómetro del inconsciente”: una escala que no mide golpes, sino marcas internas; que no observa solo lo visible, sino también lo que se reprime, se justifica o se niega. Porque muchas veces, el primer acto de violencia no se dirige al otro, sino hacia uno mismo, al tolerar, minimizar o racionalizar lo que lastima.
Capas de lo no dicho
Este instrumento simbólico que proponemos no reemplaza al violentómetro tradicional, sino que lo complementa, permitiendo leer los signos más profundos y tempranos de una relación violenta. A continuación, presentamos una escala de señales desde la lógica psíquica, en una progresión que va desde lo más sutil hasta lo más destructivo:
⚪ Zona gris: violencia psíquica temprana
Aquí no hay insultos ni empujones, pero sí hay silencios cargados, gestos que invalidan, y frases que desdibujan al sujeto.
- “No es para tanto, eres muy sensible.”
- “Si de verdad me amaras, harías esto por mí.”
- Necesidad constante de agradar para evitar rechazo.
- Culpa por tener deseos o necesidades propias.
Desde el psicoanálisis, esto puede entenderse como introyectos superyoicos rígidos, internalizados desde figuras parentales o vínculos tempranos que establecieron el amor como algo condicional. La persona tolera el maltrato porque inconscientemente cree que amar implica aguantar.
🟡 Zona de control simbólico: manipulación emocional y dependencia
En esta etapa, el otro se convierte en un espejo que refleja solo lo que conviene. Se instala una relación donde el deseo del sujeto queda subordinado al del otro. Se ejerce control a través de:
- Celos disfrazados de amor.
- Aislamiento emocional.
- Chantaje afectivo.
- Constante desvalorización.
Desde Melanie Klein, podríamos decir que el otro se vuelve un objeto malo persecutorio, que proyecta culpa y ansiedad. La víctima no puede distinguir el daño porque ya ha fragmentado su percepción: necesita al otro incluso si la lastima.
🟠 Zona de agresión simbólica: anulamiento del yo
Aquí se produce un desplazamiento más radical: el sujeto ya no duda solo de su valor, sino de su percepción misma. Aparecen fenómenos como:
- Manipulación (gaslighting).
- Vergüenza corporal, sexual o intelectual.
- Miedo constante a provocar enojo.
- Pérdida progresiva de la autoestima.
El agresor, en este punto, ha tomado el lugar del superyó interno: se convierte en la voz que castiga, que juzga, que humilla. La víctima queda atrapada en una relación donde el otro es juez, verdugo y única fuente de validación.
🔴 Zona roja: violencia abierta y repetición del trauma
Aquí la violencia ya es explícita: gritos, amenazas, golpes. Pero incluso en este punto, muchas personas permanecen en la relación. ¿Por qué?
Porque, como plantea Freud, lo que no se elabora, se repite. El trauma temprano —abandono, negligencia, humillación— busca una salida simbólica en el presente. La relación abusiva se convierte en una escena donde el sujeto revive el dolor como una forma de controlarlo.

¿Para qué sirve este violentómetro del inconsciente?
No pretende diagnosticar ni reemplazar un tratamiento, sino abrir preguntas. Desde la práctica psicoanalítica, no se busca etiquetar, sino explorar qué historia se repite en cada vínculo, qué fantasmas se activan cuando se elige una y otra vez el mismo tipo de relación, y qué defensas operan para justificar lo que en el fondo se sabe que duele.
En Clínica Broa, abrimos espacios terapéuticos donde las personas pueden leer su propia historia con nuevas claves, sin culpa ni juicio. Porque para salir del ciclo de la violencia, primero hay que reconocerla en el lenguaje, en el cuerpo y en el deseo.
Nombrar para transformar
La violencia más difícil de romper es la que no se ve. Y muchas veces, no se ve porque está dentro. El violentómetro del inconsciente nos invita a mirar hacia adentro, a descubrir los pactos silenciosos que mantenemos con el maltrato, y a preguntarnos: ¿qué fantasía sostengo para seguir aquí?, ¿de quién sigo esperando amor a cambio de mi silencio?
Solo al nombrar esas mareas ocultas podemos comenzar a recuperar el timón. No para huir del amor, sino para construir uno donde el deseo y la dignidad no se contradigan.
Fuentes de información
Dutton, Donald G., y Lisa A. Goodman. 2005. “Coercion in Intimate Partner Violence: Toward a New Conceptualization.” Sex Roles 52(11-12): 743–756. https://doi.org/10.1007/s11199-005-4196-6.
Fonagy, Peter, y Mary Target. 1997. “Attachment and Reflective Function: Their Role in Self-Organization.” Development and Psychopathology 9(4): 679–700. https://doi.org/10.1017/S0954579497001399.
Lempert, Lora Bex. 1997. “The Other Side of Help: Negative Effects in the Help-Seeking Processes of Abused Women.” Qualitative Sociology 20(2): 289–309. https://doi.org/10.1007/s11133-997-9016-5.