La vida cotidiana suele sentirse como una tormenta de interrupciones. Saltamos de una notificación a otra, de una tarea sin sentido a una preocupación anticipada. Como barcos sin timón, vamos a la deriva. En medio de ese oleaje, hay quienes logran encontrar una corriente que los sostiene, que no exige fuerza ni escape, solo entrega. A ese estado de atención expandida, acción afinada y desaparición del yo, el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi lo llamó flow.
El flujo no es una técnica ni una moda; es una forma de estar en el mundo que puede transformar lo ordinario en extraordinario. Pintar, resolver un problema complejo, bailar, cuidar un jardín, escribir, cocinar, bucear. En todas esas actividades, algo se activa cuando nos implicamos por completo: nos fundimos con la tarea y, por un momento, somos la ola que cabalgamos.
¿Qué es el estado de flujo y por qué importa?
En su libro Flow: The Psychology of Optimal Experience (1990), Csikszentmihalyi define el flujo como una experiencia óptima de inmersión total, donde la persona se siente desafiada, pero capaz. Es un equilibrio dinámico entre habilidad y dificultad. Cuando ese equilibrio se rompe, aparecen el aburrimiento o la ansiedad. Pero cuando se sostiene, la mente se ordena y el cuerpo coopera.
No es un estado de relajación pasiva, como el ocio desatento. Es una concentración sin tensión, una entrega lúcida que, paradójicamente, disuelve al yo autoconsciente. El sujeto no desaparece, pero su juicio, su inseguridad, su ruido mental, se silencian. Solo queda el acto.
Investigaciones científicas lo respaldan. Por ejemplo, un estudio publicado en Frontiers in Psychology (Peifer et al., 2021) muestra que el flujo reduce significativamente los niveles de cortisol, hormona vinculada al estrés. Otro trabajo de Hektner et al. (2007) evidencia que el flujo mejora el bienestar emocional sostenido y la sensación de propósito vital.
Una experiencia deseada… pero no siempre accesible
Aquí surge una paradoja: el flow, tan deseable, no está siempre disponible. Para muchas personas, el ruido interno —ansiedad, inseguridad, rumiación, disociación— bloquea la posibilidad de habitar el presente. Si el deseo se ha vuelto confuso, si el mundo interno está fragmentado, difícilmente una tarea podrá convertirse en canal de integración.
Desde la clínica psicoanalítica, esto no es trivial. Melanie Klein, en su concepción de las posiciones esquizo-paranoide y depresiva, propuso que el sujeto solo puede sostener la ambivalencia cuando ha integrado sus partes buenas y malas. El flujo sería, entonces, un efecto psíquico posible cuando el sujeto ha tolerado su conflicto interno sin escindirlo.
El flow no es evasión. Al contrario, es una forma de estar presente en lo que nos apasiona, sin que el juicio o el miedo contaminen la acción. Es el momento en que la tarea y el deseo se alinean, y se navega con dirección. No se trata de productividad, sino de implicación. De estar verdaderamente ahí.
Entre el faro externo y la brújula interna
En la vida contemporánea, muchas personas persiguen metas impuestas: rendimiento, éxito, validación. Esas metas pueden generar angustia o desconexión, especialmente cuando no coinciden con el deseo subjetivo. El flow, en cambio, surge cuando se deja de mirar al faro de la norma y se escucha la brújula interna.
Esa brújula a veces está oxidada por el trauma, por el mandato, por el miedo. Por eso, para algunos, alcanzar el flujo no será solo cuestión de “encontrar su pasión”, como afirman ciertos discursos de autoayuda, sino de hacer un trabajo emocional profundo que les permita volver a desear.
Aquí el psicoanálisis no se opone al flow, lo acompaña. Escuchar el síntoma, desandar el mandato, cuestionar el ideal. Sólo así puede abrirse un espacio donde el sujeto no actúe por exigencia, sino por resonancia.
El trabajo como corriente, no como tormenta
En la clínica, muchos pacientes llegan con la sensación de estar atrapados en tareas que no les dicen nada. Cumplen, producen, se exigen… pero nunca habitan lo que hacen. El cuerpo no está ahí. La mente se escapa. El deseo, si alguna vez existió, se ha borrado. La consulta se convierte entonces en un lugar para reconstruir la relación con la actividad, con el cuerpo y con el tiempo.
Cuando alguien recupera el vínculo con el flujo, incluso en lo más simple —caminar, dibujar, cuidar una planta—, emerge algo transformador. Como el buzo que encuentra una corriente marina que lo impulsa sin agotarlo, el sujeto se siente llevado, no empujado; implicado, no exigido.
No todos los caminos al flow son iguales. Algunas personas necesitan primero detenerse, sanar, explorar su historia y reelaborar sus heridas. En Clínica Broa creemos que la terapia no solo debe aliviar el dolor, sino también reconectar al sujeto con su deseo, su creatividad y su capacidad de presencia.
Fluir no es desaparecer. Es reencontrarse con algo propio que estaba sumergido. Algo que no se impone ni se compra. Algo que emerge cuando uno deja de huir y aprende a escuchar lo que ama.
Fuentes de información
- Csikszentmihalyi, Mihaly. Flow: The Psychology of Optimal Experience. New York: Harper & Row, 1990.
- Peifer, Corinna, et al. “A Systematic Review on the Effects of Flow on Cortisol and Health.” Frontiers in Psychology 12 (2021): 722825.
https://doi.org/10.3389/fpsyg.2021.722825 - Hektner, Joel M., Jennifer A. Schmidt, and Mihaly Csikszentmihalyi. Experience Sampling Method: Measuring the Quality of Everyday Life. Thousand Oaks, CA: SAGE Publications, 2007.


