La angustia no solo se siente; a veces, también enferma. Los síntomas físicos pueden ser formas de hablar del sufrimiento emocional silenciado.

Hay cuerpos que se enferman sin causa clara, como si algo los habitara desde dentro. Dolores difusos, fatigas crónicas, inflamaciones sin bacteria ni virus. A menudo, los exámenes médicos salen “bien”, pero el malestar persiste. Como corales que se blanquean por estrés térmico invisible, el cuerpo humano puede enfermar por angustia acumulada. Y no es metáfora: es biología, es clínica, es vida psíquica que se desborda en la piel, en las vísceras, en la sangre.

En términos psicoanalíticos, la angustia no es solo una emoción, es un estado del aparato psíquico. Melanie Klein, en su teoría de las posiciones, plantea que cuando la ansiedad es excesiva y no puede ser metabolizada simbólicamente, se desborda y el yo intenta evacuarla hacia el cuerpo o hacia el entorno. Es decir, la angustia no elaborada se traduce en enfermedad.

Las rutas entre la mente y los órganos

La evidencia científica también confirma que la angustia no se queda “en la cabeza”. Un estudio del National Institute of Mental Health muestra que trastornos de ansiedad crónicos incrementan significativamente el riesgo de enfermedades cardiovasculares, gastrointestinales y autoinmunes (Roy-Byrne et al., 2008). En otras palabras, la angustia sostenida altera el sistema inmunológico, los ritmos circadianos, los procesos inflamatorios. Como si el mar interior estuviera en tormenta constante, erosionando lentamente la costa de lo orgánico.

Lo psicosomático no es un invento moderno, ni un eufemismo para “estás exagerando”. Es una categoría clínica que describe cómo el cuerpo puede ser escenario del conflicto psíquico cuando no hay otro canal para nombrarlo. El síntoma físico se convierte en una forma de comunicación.

Cuando el cuerpo habla en secreto

En la práctica clínica, es frecuente recibir pacientes que llevan años peregrinando por consultorios médicos sin diagnóstico claro. “Todo está bien”, les dicen. Pero ellos no lo sienten así. Tienen insomnio, bruxismo, migrañas, gastritis, dermatitis. Y detrás de esos síntomas, hay pérdidas, duelos no elaborados, culpas, miedos, rupturas, traumas. El cuerpo, como un buque que hace señales con luces en medio de la niebla, lanza mensajes que nadie interpreta.

La medicina psicosomática —una rama reconocida en muchos países— propone una lectura más compleja del cuerpo enfermo. No lo reduce al órgano dañado, sino que lo entiende en relación con la historia subjetiva, el contexto, el lenguaje. El cuerpo no miente, pero habla en otro idioma.

En Clínica Broa abordamos los síntomas físicos sin patologizar, sin anular la importancia de lo médico, pero sin dejar de escuchar la dimensión inconsciente de lo corporal. Acompañamos al paciente no solo a “curarse”, sino a entenderse. Porque a veces, la salud no es la ausencia de síntomas, sino la posibilidad de nombrar lo que angustia sin que el cuerpo tenga que cargar con ello.

La angustia no siempre enferma, pero cuando lo hace, no basta con silenciar el síntoma. Hay que sumergirse, bucear hacia el arrecife de lo no dicho, y allí, en las grietas más hondas, empezar a traducir.

Fuentes de información:

Roy-Byrne, Peter P., et al. “Anxiety Disorders and Comorbid Medical Illness.” General Hospital Psychiatry 30, no. 3 (2008): 208–225.
https://doi.org/10.1016/j.genhosppsych.2007.12.006

Klein, Melanie. Escritos 1921-1958. Buenos Aires: Paidós, 1992.

Zorrilla, E. P., et al. “The Relationship of Depression and Stress to Somatic Symptoms and Immune Function.” Journal of Psychosomatic Research 43, no. 6 (1997): 513–524.
https://doi.org/10.1016/S0022-3999(97)00129-1

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