Juan no murió de golpe. Murió a sorbos. Cada noche se sumergía un poco más, como si el alcohol fuera agua y la botella, un lastre. Veinte años bebió sin interrupción visible, aunque ya nadie lo miraba con atención. Lo encontraron tres días después de su muerte, en su sofá, con la televisión aún encendida y las cortinas cerradas. Como si la luz no tuviera derecho a entrar.
Desde afuera, todo parecía funcionar. Juan tenía una pensión modesta, una rutina discreta, una nevera casi vacía salvo por las latas y las botellas. Pero en realidad vivía bajo el mar, donde el sonido llega deformado y la vida parece lejana. No fue un naufragio súbito, sino un descenso voluntario hacia el fondo.
El alcohol como traje de buzo emocional
En el psicoanálisis, no se trata solo de por qué alguien bebe, sino de para qué lo hace. El alcohol, como otros consumos, no es solo una sustancia, sino un lenguaje que enmascara un vacío. Para Juan, como para tantos otros, beber era sostenerse: no para celebrar, sino para no sentir. Era una anestesia líquida contra la soledad, el fracaso, la culpa o la pérdida.
Melanie Klein explicaba que cuando las ansiedades primarias son demasiado intensas y no hay recursos simbólicos para elaborarlas, el yo recurre a defensas más primitivas, como la escisión o la negación de la realidad. El alcohol opera como un contenedor falso: simula control, pero disuelve los bordes del yo.
Juan no bebía para olvidar a alguien. Bebía para no recordar quién era cuando no bebía.
Alcoholismo: más que una dependencia
El alcoholismo crónico está clasificado como un trastorno por uso de sustancias, y según la Organización Mundial de la Salud, representa una de las principales causas de muerte prevenible en el mundo. Sin embargo, reducirlo a cifras invisibiliza el dolor subjetivo. Según el National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism (2021), al menos el 25 % de los adultos con alcoholismo crónico también presentan trastornos depresivos, lo que sugiere que el consumo es una forma de automedicación emocional.
Desde la clínica, se observa que muchos pacientes no se reconocen como adictos, sino como personas tristes, solas, desvinculadas de cualquier proyecto vital. El alcohol se convierte en el mar donde todo se disuelve: las palabras, los vínculos, los límites.
La muerte como síntoma final
Cuando encontraron a Juan, su cuerpo ya estaba hinchado. Tres días muerto, tres días invisibles. Nadie lo había llamado. Nadie lo esperaba. Su muerte fue un espejo de su vida: lenta, silenciosa, subacuática.
En Clínica Broa, entendemos que el alcoholismo no se resuelve solo con abstinencia. Es necesario explorar qué se intentaba callar con cada trago, qué naufragios nunca se nombraron, qué corrientes internas lo empujaron hacia el fondo. El abordaje terapéutico combina la comprensión profunda del síntoma con acompañamiento profesional: una soga lanzada desde la superficie para quien aún puede salir.
Fuentes de información:
Klein, Melanie. Envidia y gratitud y otros escritos (1946–1963). Buenos Aires: Paidós, 1991.
National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism. “Alcohol Facts and Statistics.” U.S. Department of Health and Human Services, 2021.
https://www.niaaa.nih.gov/publications/brochures-and-fact-sheets/alcohol-facts-and-statistics
World Health Organization. Global Status Report on Alcohol and Health 2018. Geneva: WHO, 2018.
https://www.who.int/publications/i/item/9789241565639


