El abuso sexual no nace del amor ni del deseo auténtico, sino de estructuras de poder, trauma y defensas psíquicas profundamente arraigadas. Aunque no existe un perfil único de agresor, sí se observan patrones comunes —corrientes subterráneas— que surcan la mente de quienes ejercen violencia sexual.
1. El navegante manipulador: seducción como táctica
Como corsarios que disfrazan su bandera, muchos abusadores no atacan directamente, sino que se aproximan desde la seducción, la simpatía o el falso cuidado. Detectan vulnerabilidades como quien estudia las mareas, y usan el afecto o el poder simbólico como anzuelo. Así van construyendo un vínculo con la víctima que confunde la agresión con afecto, y la violencia con una forma torcida de atención.
2. Empatía encallada: la desconexión emocional
La brújula emocional del agresor suele estar descompuesta. No sienten o no reconocen el dolor que provocan, como si el sufrimiento del otro se hundiera en un mar insondable. Esta incapacidad de empatía no es sólo insensibilidad: es una defensa que permite continuar navegando en el mismo rumbo sin cambiar de timón. La víctima deja de ser un sujeto con emociones y se convierte en una silueta difusa bajo el agua.
3. Necesidad de poder: cuando el control reemplaza al deseo
En muchas ocasiones, el acto abusivo no tiene que ver con deseo erótico, sino con una sed de control. El agresor, como un almirante derrotado en otras batallas de su vida, encuentra en la sumisión del otro una forma de restaurar su autoridad. El cuerpo de la víctima se convierte en un territorio por conquistar, una isla invadida más que un lugar para el encuentro.
4. Cartografía del autoengaño: distorsiones cognitivas
Quien abusa no siempre se ve a sí mismo como tal. Muchos construyen mapas mentales donde el abuso aparece camuflado como juego, seducción o reciprocidad. Piensan que la víctima “lo permitió”, “no se opuso” o “estaba confundida”, borrando la línea entre consentimiento y coerción. Esta distorsión es la niebla que les permite seguir navegando sin enfrentar el naufragio moral de sus actos.
5. Fragilidad encubierta: narcisismo a la deriva
El narcisismo en el abusador puede parecer fuerza, pero es en realidad un casco agrietado. Bajo la fachada de superioridad se esconde un yo frágil, incapaz de tolerar el rechazo o la frustración. Para sostener su imagen ideal, el agresor transforma al otro en espejo, exigente y mudo, sin derecho a decir que no. Cuando el otro resiste, él responde con violencia, como quien ataca a su propio reflejo.
6. Mareas del pasado: historias de abuso no elaboradas
Muchos agresores fueron, en algún momento, víctimas. Han crecido en aguas turbulentas, donde el afecto y la violencia se confundían. No todos repiten el daño, pero cuando el trauma no se elabora, puede convertirse en una fuerza ciega que arrastra. El agresor no recuerda con palabras, sino con actos. Su violencia no es venganza, sino repetición de un guion no cuestionado.
7. Cosificación: cuerpos sin orilla
En la mente del agresor, el cuerpo del otro pierde contorno. Ya no es sujeto, sino objeto flotante. La víctima se fragmenta: boca, piel, piernas. No hay nombre, ni historia, ni humanidad. Esta despersonalización permite que el acto ocurra sin culpa, como si se tratara de algo inevitable, como una tormenta. Pero cada acto de abuso deja restos: no sólo en la víctima, sino también en el fondo del océano psíquico de quien lo perpetra.
Visibilizar las corrientes invisibles
El abuso sexual no emerge de la nada. Se gesta en la sombra, en el fondo del mar psíquico, entre distorsiones, vacíos y mecanismos de defensa que permiten actuar sin asumir consecuencias. Nombrar estos rasgos es lanzar una sonda en aguas profundas. No para crear estigmas, sino para comprender las condiciones que permiten que el daño ocurra, y trabajar hacia una prevención real.
En Clínica Broa, exploramos estas dinámicas desde una mirada integradora, sabiendo que cada historia merece ser escuchada sin juicio y con profundidad. Porque en la violencia sexual, como en el mar, lo más peligroso no siempre es lo que se ve en la superficie.
Fuentes de información
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- Ward, Tony, y Thomas Keenan. 1999. “Child Molesters’ Implicit Theories.” Journal of Interpersonal Violence 14(8): 821–838.
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