¿Y si no eliges lo que deseas?: el psicoanálisis frente al deseo

En mar abierto, no hay líneas rectas. No hay rutas fijas ni mapas preestablecidos. Así es el deseo: una fuerza profunda y contradictoria, que a menudo nos arrastra hacia lugares que no esperábamos, que no habíamos nombrado y que incluso temíamos. Como relata el psicoanalista Stephen Grosz en su testimonio para The Guardian, después de 40 años de escucha clínica, la pregunta que resuena con más frecuencia en el consultorio no es “¿quién soy?”, sino “¿puedo ser esto que deseo?”

Grosz recuerda el caso de un paciente que, tras años de matrimonio heterosexual, se pregunta: “¿me estás ayudando a volverme gay?”. La pregunta no es cínica ni banal. Es el testimonio de un conflicto psíquico profundo, el intento de conciliar el deseo con la identidad, la historia con el presente, la imagen social con la experiencia íntima. El deseo, en el marco psicoanalítico, no sigue reglas claras. No se elige. Se revela.

El deseo no es elección, es emergencia

Freud afirmaba que el deseo no conoce de moral ni de coherencia. Es subversivo, paradójico, a veces incluso autodestructivo. Lacan lo radicaliza al decir que el deseo es el deseo del Otro: lo que queremos está marcado por las relaciones, las prohibiciones, los mitos familiares. Nadie desea desde una isla desierta.

Pero el sujeto muchas veces quiere domesticar el deseo, convertirlo en un camino trazado, cuando en realidad el deseo funciona más como una corriente marina que no siempre se deja predecir. En la clínica, como señala Grosz, los pacientes no piden tanto respuestas como permiso. ¿Puedo desear lo que deseo sin que eso me destruya? ¿Hay lugar para mí en el mundo si no encajo en la norma?

Este conflicto no es solo sexual, sino existencial. Implica la posibilidad de ser sin traicionar la imagen que otros proyectaron sobre uno. Como Klein señaló en su teoría de las posiciones, el desarrollo psíquico saludable no consiste en negar los deseos conflictivos, sino en integrarlos sin fragmentarse. El deseo no se elige, se asume, y en ese gesto hay una forma de libertad.

La clínica como puerto

El consultorio psicoanalítico, lejos de ofrecer etiquetas o respuestas rápidas, funciona como un refugio desde donde mirar el oleaje interior. Como bien señala Grosz, el trabajo terapéutico no consiste en diagnosticar orientaciones, sino en permitir que el sujeto escuche su deseo sin enjuiciarlo.

En un mundo donde la sexualidad se medicaliza, se etiqueta y se consume como producto, el psicoanálisis resiste esa lógica. No busca ordenar el deseo, sino entender su lógica singular. Y en ese espacio de exploración, de deriva controlada, el paciente puede empezar a sentir que no está enfermo, ni roto, ni equivocado por lo que desea.

En su revisión sobre deseo sexual y representación psíquica, Greenberg (2017) afirma que el deseo no responde únicamente a pulsiones biológicas, sino a construcciones inconscientes marcadas por experiencias tempranas, vínculos afectivos y representaciones simbólicas. Esto confirma lo que la clínica psicoanalítica ha observado durante décadas: no elegimos lo que deseamos, pero sí podemos elegir qué hacer con eso que deseamos.

Del faro de la norma a la brújula interna

Muchos pacientes llegan al análisis buscando alivio, pero también buscando dirección. En lo profundo, esperan que el analista sea un faro: una guía que los devuelva a tierra firme, al camino correcto, a lo que se supone que deberían querer. Lo “normal”. Lo esperable. Lo que la familia, la cultura o incluso sus propias fantasías han considerado como “vida buena”.

Pero con el tiempo, y con la escucha analítica, descubren que ese faro nunca fue suyo. Que la luz que seguían —con tanto esfuerzo y culpa— era prestada, proyectada, impuesta. Que en lugar de guiar, enceguecía. Y que la supuesta seguridad del camino elegido por otros era, en realidad, una prisión simbólica: suave, decorada, pero cárcel al fin.

El verdadero trabajo analítico comienza ahí, cuando el sujeto se ve obligado a mirar hacia dentro, a descubrir que lo que desea no se alinea con lo que debería. Es una experiencia vertiginosa: como darse cuenta de que el mapa que llevabas toda la vida pertenece a otro mar. La brújula interna, largamente ignorada, empieza a emitir señales tenues, confusas, pero propias. No promete certezas, pero devuelve al sujeto la posibilidad de orientarse desde su deseo, y no desde el deseo del Otro.

Ese tránsito no es inmediato ni cómodo. Como todo navegante que abandona el piloto automático, el sujeto siente miedo, duda, incluso náusea ante la posibilidad de elegir distinto. Pero una vez que deja de buscar aprobación y comienza a escuchar lo que su inconsciente ya sabía, el viaje cambia de sentido. El deseo, incluso en su forma más contradictoria, no es amenaza sino brújula. Puede no llevar a donde se esperaba, pero lleva —con toda certeza— hacia donde uno es.

Fuentes de información

Greenberg, Jay R. “Theories of Sexual Desire and the Role of the Unconscious.” Psychoanalytic Quarterly 86, no. 2 (2017): 353–378.

https://doi.org/10.1002/psaq.12115

Grosz, Stephen. “Are You Asking for My Help to Be Gay? What 40 Years as a Psychoanalyst Has Taught Me about Sex and Desire.” The Guardian, August 16, 2025.
https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2025/aug/16/are-you-asking-for-my-help-to-be-gay-what-40-years-as-a-psychoanalyst-has-taught-me-about-sex-and-desire

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