En un rincón del mar donde alguna vez flotaron cartas de amor, ahora naufragan facturas emocionales. Vivimos tiempos en los que amar ya no es entregarse, sino medir. ¿Cuánto das? ¿Cuánto recibo? ¿Quién invirtió más? El amor se administra como una cuenta corriente: se revisa, se compara, se ajusta.
Este modo de vincularnos tiene raíces culturales y psíquicas profundas. Eva Illouz ha mostrado cómo el capitalismo ha colonizado incluso nuestras emociones, transformando los vínculos afectivos en relaciones gestionadas bajo la lógica del mercado. Desde las apps de citas hasta la forma en que hablamos del amor (“invertir en alguien”, “dar likes”, “recibir atención”), todo remite a un sistema de intercambio.
Desde el psicoanálisis, esta transaccionalidad amorosa puede leerse como una defensa contra la entrega total, la cual expone al sujeto al dolor del rechazo o la pérdida. Si amar es arriesgar, convertir el afecto en cálculo lo vuelve más controlable, aunque también más frío, más distante. Una especie de afecto con salvavidas: flotamos, pero no nos sumergimos.
Estudios como el de Finkel et al. (2012) en Annual Review of Psychology muestran que las relaciones modernas sufren un proceso de “autonomización” emocional, donde cada sujeto busca maximizar su bienestar personal incluso dentro del vínculo amoroso. Esto ha generado mayor fragilidad en los lazos afectivos y un aumento sostenido de rupturas ligadas a expectativas desmesuradas.
Cálculo y narcisismo: el amor condicionado
El discurso neoliberal ha penetrado no solo en la economía, sino también en la forma en que experimentamos la intimidad. El otro se convierte en un recurso: un proveedor emocional, alguien que debe llenar vacíos, sostener estados de ánimo, validar identidades. Si no cumple, se lo desecha. El ideal del amor libre se convierte, paradójicamente, en una forma de individualismo emocional encubierto.
Desde el punto de vista psicoanalítico, Jacques Lacan ya advertía que el amor verdadero se sustenta en reconocer al otro como sujeto y no como objeto del deseo propio. Pero el discurso actual empuja a relaciones donde la alteridad molesta. Nos atraen los vínculos en la medida en que nos reafirman, no cuando nos interpelan. Y por eso fracasan tan fácilmente.
La literatura científica lo confirma: un metaanálisis de Impett et al. (2020) publicado en Current Opinion in Psychology encontró que las relaciones que se basan excesivamente en la comparación y el monitoreo del equilibrio emocional presentan mayor insatisfacción afectiva, menor duración y niveles más altos de ansiedad relacional. La sobregestión emocional desgasta más que lo que repara.
En este mar emocional donde todo se mide, la espontaneidad naufraga. Las personas ya no se permiten vulnerabilidad sin estrategia. Incluso la expresión de afecto se vuelve táctica: un mensaje, una historia compartida, una “reacción” se piensan como jugadas. Así, el amor se transforma en un ajedrez emocional, donde se pierde más de lo que se gana.
Vínculos líquidos y afecto endeble
Zygmunt Bauman acuñó el concepto de “amor líquido” para describir una era de vínculos frágiles, inestables y fácilmente reemplazables. No hay compromiso duradero si el sujeto cree que siempre puede encontrar algo mejor. La promesa del mercado afectivo es infinita: siempre hay otra opción, otro match, otro escape. Pero esta abundancia virtual esconde una profunda inseguridad emocional.
Melanie Klein también puede ayudarnos a entender esta fragilidad. En su teoría de las posiciones psíquicas, la incapacidad de sostener el conflicto con el otro —de tolerar lo ambivalente— lleva al sujeto a escindir, idealizar o devaluar. Muchas relaciones actuales se rompen porque no soportan la frustración inherente a todo vínculo real, donde el otro no siempre responde, no siempre calma, no siempre salva.
Investigaciones como la de Muise et al. (2013), en Journal of Personality and Social Psychology, demuestran que la capacidad de tolerar disconformidad dentro de la relación —lo que los autores llaman “sacrificio con sentido”— predice mayor estabilidad y satisfacción. No se trata de resignación, sino de saber convivir con lo imperfecto sin huir al primer viento.
Volver al mar sin cronómetro, sin mapa de intereses, sin cálculo de inversión, parece hoy una rareza. Pero sin esa navegación abierta, sin el riesgo de ir a la deriva emocional, el amor queda reducido a simulacro, a contrato precario. Y el deseo, que necesita de lo imprevisto, termina asfixiado por la lógica del control.
Volver a confiar en el vínculo
En Clínica Broa no trabajamos con recetas sobre el amor, pero sí ayudamos a explorar qué lugar ocupa el otro en tu vida psíquica. Si amas desde la defensa o desde el deseo. Si eliges relaciones que repiten heridas antiguas, o si construyes vínculos que realmente cuidan. Navegar el mundo del afecto requiere coraje, pero sobre todo requiere desactivar la maquinaria de la exigencia interna que muchas veces no permite recibir sin calcular.
El amor no es deuda. No es mérito. Es encuentro. Pero para llegar a él, hay que soltar el timón del control y aprender a estar con el otro sin flotadores afectivos.
Fuentes de información:
- Finkel, Eli J., et al. “The Suffocation of Marriage: Climbing Mount Maslow Without Enough Oxygen.” Psychological Inquiry 26, no. 1 (2015): 1–41.
https://doi.org/10.1080/1047840X.2015.961875 - Impett, Emily A., et al. “Daily Relationship Experiences and Emotion Regulation.” Current Opinion in Psychology 31 (2020): 9–13.
https://doi.org/10.1016/j.copsyc.2019.06.005 - Muise, Amy, et al. “Sacrifice in Romantic Relationships: A Review of Research on Relational Outcomes, Physiological Responses, and Underlying Mechanisms.” Journal of Personality and Social Psychology 106, no. 5 (2013): 713–740.
https://doi.org/10.1037/a0031792 - Illouz, Eva. Cold Intimacies: The Making of Emotional Capitalism. Cambridge: Polity Press, 2007. https://www.wiley.com/en-us/Cold+Intimacies%3A+The+Making+of+Emotional+Capitalism-p-9780745634265