Los traumas emocionales y psicológicos perduran a largo plazo, manifestándose en problemas como el estrés postraumático, la ansiedad y la disociación emocional.
La violencia intrafamiliar es como un océano agitado, lleno de olas destructivas que golpean a las víctimas una y otra vez, dejándolas a la deriva en un mar de confusión, miedo y trauma. Los efectos de esta violencia no desaparecen cuando la tormenta cesa; al igual que las corrientes submarinas, los daños traumáticos continúan afectando la vida de las víctimas mucho tiempo después de que los actos violentos han terminado.
Las cicatrices invisibles del trauma
Los efectos de la violencia intrafamiliar se asemejan a las marcas dejadas por los arrecifes bajo las aguas. Aunque las heridas físicas pueden sanar, el trauma emocional y psicológico puede durar años, a veces toda una vida. Investigaciones han demostrado que las víctimas de violencia intrafamiliar desarrollan trastorno de estrés postraumático (TEPT), ansiedad crónica, depresión y dificultades en sus relaciones interpersonales.
Una de las características del trauma a largo plazo es la hipervigilancia: las personas que han sufrido abusos en el hogar permanecen en estado de alerta constante, como un barco que navega siempre esperando la próxima tormenta. Esta reacción, que alguna vez fue útil para sobrevivir en un entorno peligroso, se convierte en una carga en la vida diaria, impidiendo que las víctimas experimenten una verdadera sensación de seguridad.
Además del TEPT, las víctimas a menudo lidian con una disociación emocional. Es como si se separaran de su propio “barco”, observando desde la distancia, incapaces de participar plenamente en su vida. Este mecanismo de defensa, aunque útil en situaciones de extremo peligro, contribuye a un deterioro emocional y cognitivo que afecta la autoestima, las relaciones y la capacidad de tomar decisiones.
Manipulación del agresor: las aguas traicioneras del control
Uno de los aspectos más peligrosos de la violencia intrafamiliar es la manipulación psicológica ejercida por el agresor, una estrategia que puede compararse con las corrientes traicioneras del océano, que parecen tranquilas en la superficie pero arrastran a las víctimas hacia la profundización del abuso. Esta manipulación incluye tácticas como gaslighting (hacer que la víctima dude de su propia realidad), la culpabilización (haciendo que la víctima crea que la violencia es su culpa), y la dependencia emocional (convenciéndola de que no puede vivir sin el agresor).
El manipulador puede presentarse como una persona amorosa después de un episodio violento, generando una falsa sensación de calma, como si las aguas estuvieran tranquilas nuevamente. Pero al igual que una tormenta que regresa, el ciclo de violencia tiende a reiniciarse, dejando a la víctima atrapada en una dinámica de confusión y dependencia emocional.
Esta táctica de manipulación es devastadora, ya que mina la confianza de la víctima en sí misma, destruyendo poco a poco su capacidad de navegar las aguas de la vida sin el control del agresor. Al igual que un capitán que ha perdido su brújula, la víctima puede llegar a creer que no tiene el control sobre su propia vida.
Los efectos en las relaciones futuras y la vida cotidiana
El trauma resultante de la violencia intrafamiliar también afecta las relaciones futuras de las víctimas. Aquellos que han experimentado este tipo de abuso suelen llevar consigo un miedo persistente a la intimidad o a la vulnerabilidad, como si temieran que cualquier relación pudiera transformarse en otra tormenta. Este miedo se traduce en dificultad para confiar en los demás, lo que genera aislamiento y desconexión emocional.
A nivel biológico, las investigaciones han mostrado que el trauma severo altera el sistema nervioso central, afectando los niveles de cortisol y otras hormonas relacionadas con el estrés, lo que puede generar problemas de salud física, como enfermedades cardíacas, insomnio y trastornos digestivos. Así, los efectos del trauma no solo quedan confinados a la mente y las emociones, sino que también invaden el cuerpo, como si el océano de la violencia dejara marcas en cada rincón de la vida de la víctima.
Salir de las aguas profundas: el camino hacia la recuperación
El primer paso hacia la recuperación es reconocer el ciclo de violencia y manipulación en el que las víctimas están atrapadas. Al igual que un navegante que busca el faro que lo guíe de regreso a la costa, las víctimas de violencia intrafamiliar necesitan apoyo externo y, en muchos casos, terapia para aprender a redirigir su vida. Terapias como la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) y el EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares) han demostrado ser eficaces en el tratamiento del trauma y el estrés postraumático.
El proceso de sanar de los daños traumáticos a largo plazo es lento y difícil, pero no imposible. Con el apoyo adecuado, las víctimas pueden recuperar el control de su embarcación y aprender a navegar en mares más tranquilos, sin el peso del pasado ni el temor constante al futuro.
Fuentes de información
Dokkedahl, S., Kok, R.N., Murphy, S. et al. The psychological subtype of intimate partner violence and its effect on mental health: protocol for a systematic review and meta-analysis. Syst Rev 8, 198 (2019). https://doi.org/10.1186/s13643-019-1118-1
Gramlich, M. A., Smolenski, D. J., Norr, A. M., Rothbaum, B. O., Rizzo, A. A., Andrasik, F., Fantelli, E., & Reger, G. M. (2021). Psychophysiology during exposure to trauma memories: Comparative effects of virtual reality and imaginal exposure for posttraumatic stress disorder. Depression Anxiety, 38, 626– 638. https://doi.org/10.1002/da.23141