En la inmensidad del océano, todo parece eterno. Las olas se repiten, las mareas regresan y las corrientes siguen su curso inalterable. Pero en la experiencia humana, la vejez nos recuerda que somos finitos, que nuestro cuerpo, como un barco desgastado por los años, no puede navegar para siempre. La sustancia (2023), la inquietante película de Coralie Fargeat, nos sumerge en una exploración oscura del miedo al envejecimiento, la obsesión por la juventud y los horrores de un cuerpo que deja de responder a las exigencias del deseo.
Desde el psicoanálisis, la película nos permite abordar preguntas fundamentales: ¿por qué la vejez nos aterra? ¿Qué representa el deterioro del cuerpo en la psique? Y, sobre todo, ¿cómo el deseo de permanecer jóvenes refleja una lucha contra nuestra propia sombra inconsciente?
La vejez como lo siniestro
Sigmund Freud describió lo siniestro (Das Unheimliche) como aquello que debería permanecer oculto, pero que regresa para perturbar la percepción de la realidad. En el caso del envejecimiento, la imagen del cuerpo deteriorado nos confronta con lo que tratamos de negar: la fragilidad, la pérdida de control y, en última instancia, la muerte.
En La sustancia, la protagonista, interpretada por Demi Moore, encuentra en un producto milagroso la posibilidad de restaurar su juventud. Pero esta “cura” revela su doble filo: para mantener su belleza, debe alimentar una versión monstruosa de sí misma, una sombra expulsada del yo que simboliza todo lo que la sociedad rechaza del envejecimiento.
Desde el punto de vista psicoanalítico, este desdoblamiento refleja la escisión del yo descrita por Melanie Klein: lo bello y lo joven quedan en el lado “bueno”, mientras que lo viejo y decadente se convierten en un “objeto malo” a destruir. La película lleva este conflicto al extremo, mostrando el terror de la protagonista al enfrentarse con su propio doble, aquel que encarna todo lo que teme ser.

El cuerpo como objeto de consumo
Jacques Lacan nos enseñó que el deseo no es solo algo interno, sino que se construye en el reflejo del otro. En una sociedad obsesionada con la juventud, la vejez se convierte en un objeto de rechazo, un recordatorio incómodo de que el tiempo no se puede detener.
El superyó, esa instancia psíquica que impone normas y valores, dicta que para ser deseable es necesario mantenerse joven. En La sustancia, esto se manifiesta en la industria del entretenimiento, donde el cuerpo es mercancía y la imagen lo es todo. Pero este imperativo no es exclusivo de Hollywood: en la vida cotidiana, la exigencia de ocultar la edad se materializa en cirugías, filtros digitales y el miedo a la primera arruga.
Así, el deseo de juventud eterna se convierte en una pulsión de muerte disfrazada de vitalidad, un intento desesperado por borrar el paso del tiempo, aunque implique la fragmentación del yo.
Aceptar lo efímero
Uno de los mayores desafíos psíquicos de la vejez es la integración de la sombra, ese conjunto de aspectos reprimidos que preferimos ignorar. Carl Jung sostenía que el verdadero proceso de individuación no ocurre en la juventud, sino en la segunda mitad de la vida, cuando el individuo debe reconciliarse con su historia, sus heridas y su propia decadencia.
En La sustancia, la imposibilidad de aceptar esta transformación lleva a la protagonista a un callejón sin salida, donde la búsqueda de perfección la destruye desde adentro. Desde una perspectiva psicoanalítica, esto refleja el conflicto de quienes niegan la vejez, viviendo en una ilusión que, tarde o temprano, colapsa.
Aceptar la edad no significa resignarse, sino aprender a navegar en nuevas aguas, dejando atrás la obsesión por la apariencia y encontrando valor en la profundidad de la experiencia.
El tiempo como océano y la vejez como viaje
La vejez no es el naufragio, sino el viaje en sí mismo. En lugar de temer al tiempo, podemos aprender a fluir con él, reconociendo que cada arruga es un mapa de experiencias vividas y que la verdadera belleza no reside en la piel, sino en la capacidad de integrar el pasado sin aferrarse al espejismo de la juventud.
La sustancia nos enfrenta con la pesadilla de un deseo desbocado por la inmortalidad, pero también nos invita a reflexionar: ¿qué significa realmente estar vivo? Si el miedo a envejecer nos consume, quizás no sea la piel lo que debemos cambiar, sino la forma en que miramos el reflejo en el agua.
Fuentes de información
- Freud, Sigmund. Lo siniestro (Das Unheimliche). Buenos Aires: Amorrortu, 1919.
- Jung, Carl G. Recuerdos, sueños, pensamientos. Madrid: Trotta, 1961.
- Klein, Melanie. Envidia y gratitud. Londres: Hogarth Press, 1957.
- Lacan, Jacques. Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires: Paidós, 1953.